La paz y la guerra. Atrás quedó el puente de muertos, con sus catarsis populares deslumbrantes en caminos y plazas, sepulcros y santuarios. Días de comunicación y paz con nuestros difuntos amados. Pero hoy volvemos al campo de batalla de los vivos. Más bien, a enfrentar las acciones de guerra de palacio contra todo lo que se mueva al margen del poder supremo y sus planes de ataque. En el arsenal del presidente López Obrador destacan sus cargas de descrédito contra el enemigo desde la plataforma de su tribunal paralelo y su virtual monopolio de la definición de la conversación y el debate públicos. A esas cargas se agregan detonaciones, cada vez más frecuentes, de uso faccioso de la fuerza del Estado a través del reconstituido monopolio de la acción penal en manos del Ejecutivo y su brazo armado: una fiscalía que niega su condición de órgano constitucional autónomo.

Intenciones al desnudo. Y están también las ráfagas de afirmaciones infundadas del presidente, pero sostenidas con los alfileres de dichos populares usados como relevo de pruebas. Falsedades por otra parte ‘avaladas’ por la popularización de sus propias frases evasivas de las adversidades provocadas por su gestión. De pronto, también surge su pretensión —infortunada— de fijar sus dictados con citas prestigiosas, ‘cultas’, de autores y personajes nacionales y universales. Pero el abuso de estos recursos suele volverse contra quien los sobreexplota. Y, acaso peor, termina desnudando significados e intenciones que se pretendía mantener ocultos, de acuerdo a la definición de ‘acto fallido’ de Freud.

Presidente o columnista. “Mi pecho no es bodega”, por ejemplo, se usa —en el lenguaje coloquial— como justificación de los chismosos que esparcen indiscreciones y rumores. “Como me lo contaron se los cuento”, también dicen. Y no sólo se vuelven estas frases contra la investidura, sino contra los deberes de discreción de un jefe de Estado. No es la función de un presidente convertirse en columnista. Éste sí, en ejercicio de su libertad, puede exponer su credibilidad y respeto al utilizar versiones de sus fuentes y al especular o conjeturar sobre vidas y conductas de los actores públicos. El presidente, en cambio, debería ser la fuente informativa por excelencia, la de mayor credibilidad y respeto sobre los temas de mayor relevancia, no el divulgador automático de lo que llega a sus oídos, porque su pecho no es bodega. No el pecho, sino la cabeza de un presidente responsable, debe tener gran capacidad de almacenamiento y procesamiento cuidadoso de informaciones y desinformaciones de quienes se proponen halagarlo diciéndole lo que consideran que quiere oír, o de interesados en inclinar las posiciones y decisiones presidenciales en uno u otro sentido.

Doble burla al derecho a saber. “Yo tengo otros datos”: esta autocelebrada expresión del presidente, instituida como cortina de humo para ocultar los datos de la realidad más solventes, de las fuentes más autorizadas, incluso oficiales, trasgrede el derecho a la información por partida doble. Por un lado, al desautorizar, desde la cúspide del poder real y simbólico, la información más confiable a la que la población puede tener acceso. Y, por otro, al inventar la existencia de “otros datos”, inaccesibles por inexistentes, en una doble burla al derecho de la gente a saber.

Contra las libertades ‘neoliberales’. Hay más ejemplos. Pero hoy podemos proponer otra expresión popular que explicaría el sentido de estos procederes presidenciales. Va con estos días de difuntos: “hacerse el muerto” con los saldos ruinosos de su gestión mientras planea el siguiente ataque a las libertades democráticas, incluyendo las para él “nuevas” y “neoliberales”. La tanatosis está en nuestro origen animal. Varias especies actúan su muerte para sobrevivir o atacar.

Profesor de Derecho de la Información. UNAM

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