Contra el despotismo, levantamiento civil. Apareció un cauce adicional a la fuerza de contención de las oposiciones políticas y a la resistencia de la opinión pública. Frente al proyecto en curso del Presidente de arrebatar y concentrar en su persona todos los poderes de la República, hizo acto de presencia la ola ciudadana del domingo. Calles y plazas de numerosas ciudades se alzaron como una suerte de levantamiento civil contra el despotismo, en inevitable interacción con la fuerza interpartidista (nada desdeñable) de contención, y la resistencia (ciertamente valiosa) de la opinión. Todo pareció también un levantamiento contra la estrategia autocrática de abrirse paso a través de la división de los mexicanos.
Cohesión democrática contra desunión autocrática. En ese sentido, este 18 de febrero constituyó un revés a la estrategia oficialista de polarización de la sociedad. Porque lo que se impuso fue el poder de cohesión social de los valores de la democracia y la defensa de sus instituciones, frente al acoso sectario del poder absolutista. Así lo mostró el paisaje de decenas de ciudades mexicanas tomadas por centenares de miles (se habla incluso de dos millones, o más, en todo el país) de ciudadanas y ciudadanos de todas las edades, condiciones socioeconómicas, ideologías, simpatías o antipatías partidistas o creencias y adscripciones espirituales. Todos unidos contra la destrucción de la democracia y contra el diseño oficial de la desunión nacional. Aunque, claro: lo avanzado ya por el régimen en este punto: el saldo del enfrentamiento social cultivado en Palacio será una de las herencias más nefastas en el, de por sí, abultado inventario de calamidades que dejará López Obrador al completar su periodo constitucional el próximo 30 de septiembre.
La primera calamidad. Ya no parece quedar duda: la batería de iniciativas de reformas constitucionales de AMLO fue planeada, menos como propuesta legislativa (por ahora) y más como plataforma electoral para imponerle su agenda a las campañas y obligar a la oposición a excluir del debate el mencionado inventario de calamidades acumulado por el régimen. Pero algo salió mal. Porque el tema que se vino a adueñar de la agenda fue el de los testimonios periodísticos de financiamiento criminal a su campaña y a su costosa post campaña tras la elección de 2006. Además, esas acusaciones se han hecho conectar en la agenda pública con la primera calamidad a debate en 2024: la violencia fuera de control y, en cambio, el control criminal de vastos territorios. Con el agravante de que esto se atribuye, en la conversación mediática, lo mismo a incompetencia del gobierno que a connivencia del Presidente, como lo corearon algunos asistentes a la concentración dominical del Zócalo.
Dos mensajes panorámicos. En suma, fue rotado el mensaje panorámico, multitudinario de las movilizaciones ciudadanas del domingo. Y, en consonancia con ese mensaje, fue robusto –y también panorámico– el mensaje conceptual a cargo de Lorenzo Córdova. Multitudes y palabras fueron portadoras de una determinación inequívoca de defender las instituciones democráticas. En su discurso, el vigoroso defensor de la autonomía y la integridad del Instituto Nacional Electoral –que presidió hasta el año pasado– logró un acoplamiento nada fácil con una audiencia libre, activa y de esa magnitud. Logró esa difícil mezcla de rigor y sencillez, de brevedad sin omitir algo esencial, en fin, de argumentación racional y emoción compartida. Y dejó en claro lo que está en juego en la plataforma electoral-legislativa del Presidente: la pérdida de libertades y derechos y el deterioro de la convivencia social y de la estabilidad de la nación.
Repelentes. Pensadas como atracción electoral, las iniciativas presidenciales se vuelven repelentes de electores.