La peor combinación. Letal ha resultado la combinación de incompetencia, ocultamientos y engaños en la información oficial sobre el quebranto de salud del presidente. Es la peor combinación para la gestión de una crisis. En el régimen de la opacidad y las incertidumbres, incluso a su interior se perciben el aturdimiento, la confusión, las contradicciones. La incredulidad se exacerba al agregar al proceso de recepción de las noticias del desmayo presidencial el antecedente del rebase, desde finales de 2022, de las cien mil afirmaciones no comprobables proferidas por el gobernante, sólo en sus mañaneras. Ni sus más devotos creyentes saben qué hacer: si orar por su recuperación de los males que le atribuyen las especulaciones bordadas sobre el paño de la desinformación, o dar gracias por la levedad del episodio, según las voces gubernamentales.
Diatribas contra testimonio. Por ahora, gana en credibilidad el único testimonio presencial publicado, reproducido y leído y escuchado por todos lados: el de un experimentado periodista del solvente Diario de Yucatán, Joaquín Chan Caarmal. Y es que apenas después de la interrupción de la gira del presidente por aquella entidad, Chan dio detalles precisos y pormenores tangibles –la clave de la verosimilitud de todo relato, enseñaba García Márquez– de la escena que presenció: la manera en que se derrumbó el presidente de su silla, la estupefacción en los rostros de funcionarios y empresarios presentes, lo que el jefe se disponía a desayunar, la forma en que los soldados lo cargaron a un cuarto contiguo hasta que llegó la ambulancia para trasladarlo a la nave militar que lo condujo a un hospital, también militar, de la CDMX. Frente a ello, nada pudieron las presiones para que el Diario se desmintiera ni las diatribas por no desmentirse que recibió del bateador emergente en el turno mañanero contra la prensa.
La última información. Pero la de Chan Caarmal fue la última información neta de lo ocurrido en la Casa de Piedra de la Armada en la capital yucateca. Después vino el hermetismo oficial, seguido de un dudoso ‘parte médico’ leído por el secretario de Salud en un salón de Palacio habituado a oír las maravillas del mundo feliz del régimen y la demonización de quienes las ponen en duda. Prevaleció allí la negación del desvanecimiento y por tanto el misterio sobre su causa, la condición actual y el lugar en que se encuentra el jefe supremo. Y ante tal contaminación informativa, la versión de un final feliz a la vista, repetida por el oficialismo, sólo será creíble si se acompaña de la presentación pública de un presidente a salvo de los males atribuidos por especulaciones y rumores que llenaron el vacío de información fiable.
Cielo nublado. El presidente desearía, al parecer, que cada información publicada al margen de su control fuera, en efecto, la última. Ni una más, ya sea que provenga de los medios independientes o que surja del ejercicio del derecho de la gente a saber, que hasta ahora había garantizado el Instituto Nacional de Acceso a la Información, el Inai. Para medios y comunicadores independientes, el escarnio y la siembra de odio, con efectos de alejamiento de la publicidad comercial, mientras la publicidad oficial se vuelca en los medios afines. Para el Inai, la parálisis ordenada por el presidente y confesada por el secretario de Gobernación al indicarles a los senadores oficialistas que no llenen las vacantes de este órgano constitucional a fin de bloquear su funcionamiento. La orden fue acatada también por una ministra de la Corte que, atada a las instrucciones de Palacio, dispuso que el organismo no podía operar con los comisionados subsistentes. Pero en un régimen sin derecho a la información no hay certidumbres y la opacidad nubla el ejercicio de los demás derechos.