Señales. Terminó la serie de cuatro juegos en cuatro jueves consecutivos de anuncios de la futura presidenta con los nombres de quienes encabezarán en octubre la administración central: las secretarías y otras dependencias directas del Ejecutivo. A partir de mañana, la serie de los titulares de la administración descentralizada. El interés de los medios se centró estas semanas en la genética política de los nombrados: los descendientes directos de López Obrador y los que habría rescatado Sheinbaum de la irrefrenable voracidad de poder de quien le hereda el despacho. Así ha sido la conversación, de la mano de las preocupaciones -internas y externas- por las señales enviadas por AMLO de su determinación de estirar el mando hoy para, al menos, compartirlo mañana.
Polarización e ingobernabilidad. En modo de cronistas deportivos, analistas políticos le concedieron a la casi presidenta haber dividido serie con AMLO. O acaso habérsela ganado, con la jugada del nombramiento de Lázaro Cárdenas Batel. Pero otra forma de ver este balance permitiría apreciar, una vez más, a una virtual Presidenta electa enfrentando altos grados de incomodidad y de dificultad para atender el reto ineludible de diferenciarse de AMLO y apaciguar o mitigar los frentes abiertos por la polarización característica de este sexenio. Algunos nombramientos responderían a esos propósitos, bajo la convicción de que prolongar, por un sexenio más, un régimen conducido por los prejuicios y caprichos del caudillo, y por su agresividad contra la discrepancia, podría conducir a situaciones límite de insostenibilidad y a reacciones fuera de control, con peligros para la gobernabilidad.
Fragilidad. El próximo gabinete muestra un frágil equilibrio entre las respuestas a los reclamos sociales de una administración pública competente, por un lado, y, por otro, las concesiones a la continuidad de un periodo de burocracia mayoritariamente de botín, de complicidades y beligerantemente leal al caudillo. Un frágil equilibrio, una frase ya en el habla coloquial, proveniente quizás del título de una obra de Edward Albee. O un balance delicado, como también se ha traducido, a la letra, A Delicate Balance, el título original de esta obra ganadora del Pulitzer en 1967. Y si en la trama teatral trata del restablecimiento de un equilibrio precario en medio de las tensiones que despiertan de su letargo en el seno de una familia complicada, en la realidad mexicana se trataría de ir recuperando el equilibrio en medio de las tensiones sociopolíticas y regionales -herencia de AMLO- en una nación compleja, como la nuestra. De hecho, la principal fuerza disruptiva a apaciguar por las designaciones de Sheinbaum es, en efecto, la de López Obrador, concediéndole sin duda posiciones clave. Pero éstas se han acompañado de los mensajes de los nombramientos dirigidos al ciudadano de una vapuleada sociedad democrática de mercado, con templada en la Constitución.
Incógnita: el segundo gabinete. Faltaría despejar la incógnita del segundo gabinete. ¿Permanecerán o serán barridos los competentes para sustituirlos por leales incompetentes del régimen anterior? ¿Será al revés? AMLO empezó a desmantelar su primer gabinete (tranquilizador) al año y medio de iniciado su gobierno, con la salida del competente Carlos Urzúa de Hacienda. Este fin de sexenio sólo quedan cinco de los 20 nombrados el primer día de la administración. Y, a la inversa, al año y medio de llegado a la presidencia, Cárdenas despidió o cambió de adscripción a 10 (cercanos, los más, al jefe transexenal) de los 25 miembros de su primer gabinete. Eran los días de la ruptura con Calles, que culminó con la expulsión del país, al año siguiente, del hasta entonces jefe máximo de la transformación, perdón, de la revolución. La moneda de Simún, en el aire.
Académico de la UNAM