El empeño central, la ganancia mayor. Las encuestas de la semana, con el estado de la opinión general a propósito de los cinco años de gobierno de López Obrador —y de las perspectivas para el sexto y último año de su periodo constitucional— describen a un presidente escindido entre un líder popular y un gobernante reprobado. En efecto, su cosecha quinquenal más publicitada se ha concentrado en la conservación de su popularidad, entre el 58 y el 59 por ciento. Es la ganancia bruta de la centralidad de sus empeños —a lo largo del sexenio— en el culto a su persona. A este ritual le consagra casi tres horas diarias frente a las cámaras. Y dedica, además, buena parte del resto de su jornada —y la de sus secuaces— a preparar los temas y objetos de veneración propia, de deturpación de los demás y de distracción de los desastres cotidianos, a agitar al día siguiente en pantallas, audios, prensa, redes.

El líder y el gobernante. Menos publicitadas, como las letras chiquitas de los contratos, aparecen, en los reportes demoscópicos, los déficits netos del quinquenio en la percepción pública. Y de aquel casi 60 por ciento que aprueba al personaje López Obrador —cuando responde a la pregunta sobre dicha aprobación en bruto— empiezan a desprenderse índices significativos de desaprobación neta, cuando los encuestados responden a las preguntas sobre la gestión de su gobierno en cada área de su responsabilidad. Y, así es como deviene desaprobación neta de la gestión del gobernante, la alta aprobación bruta de este líder, lograda gracias al cultivo de la devoción popular a su persona. Y, por supuesto, gracias a la fabricación de la fe en su narrativa vengadora contra conservadores, neoliberales, saqueadores, corruptos, enemigos del pueblo.

La herencia y la trascendencia. Con rústicos, pero vastos recursos propagandísticos regularmente apropiados para obtener efectos de corto plazo (en encuestas, elecciones) el presidente pretende alcanzar además el efecto de largo plazo de la trascendencia histórica. Ya se ve al lado de Hidalgo, Juárez, Madero, Cárdenas. Pero los efectos de la propaganda en encuestas y elecciones son por naturaleza pasajeros. Y los enfocados al culto a la personalidad son efímeros, volátiles. La trascendencia viene con una buena herencia. Y a juzgar por las percepciones netas de las encuestas de la semana, la herencia a los mexicanos de 5 años de gobierno y la perspectiva del siguiente describen un México en peores condiciones que las que encontró el actual presidente. Menos seguridad, mucho peor educación y salud, un país más pobre e incluso más corrupto o con condiciones más propicias a la corrupción. Menos democrático, transparente y civil.

Las causas. No son muchas, pero sí muy poderosas las causas de tal deterioro. Para empezar, la obsesión de mostrarse como ‘hombre fuerte’ latinoamericano de décadas atrás, capaz de retar por retar a grupos de inversionistas y usuarios del servicio aéreo, mandó destruir el gran aeropuerto en construcción en Texcoco, cuyos altos costos financieros seguimos pagando. Luego, como líder de un movimiento con pretensiones de perpetuidad y necesidad de una incontrastable base electoral, dispuso de la más impresionante, masiva compra de votos, con el nombre de programas sociales. Sin una reforma fiscal capaz de financiar esa derrama de recursos, se optó por disponer de los presupuestos públicos, con el efecto de desmantelar los servicios de un incipiente estado de bienestar. A la culminación del deterioro se agregaron las erogaciones improductivas de los costos y sobrecostos de las obras emblemáticas destinadas, en este cálculo, a eternizar el nombre de su creador.

No se vayan. Vienen los próximos (¿últimos?) 12 meses del líder popular y el gobernante reprobado, en campaña por otro sexenio de destrucción.

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