Los populismos a la hora de la línea dura. El despojo electoral de Maduro a la oposición democrática venezolana, con miras a perpetuarse en el poder, empieza a equipararse con el despojo de decenas de curules y escaños con que el régimen de López Obrador pretende acumular una descomunal sobrerrepresentación en el Congreso, sin correspondencia con los votos obtenidos por sus partidos. Con esa sobrerrepresentación parlamentaria el régimen se apronta a montarse en una mayoría calificada en las cámaras, con la cual se dispone a abatir las instituciones en que se sustenta la democracia en nuestro país y así perpetuar también su monopolio del poder. El despojo venezolano fue cantado, desafiante y descaradamente, por Elvis Amoroso, como se llama el presidente del Consejo Electoral al servicio del dictador. Mientras el despojo mexicano lo festina ya la presidenta del INE, Guadalupe Taddei, con la obediencia de los consejeros llevados a nuestro máximo órgano electoral, junto a su presidenta, por el aparato político de López Obrador y, quizás, con el candor de las cabezas de la oposición parlamentaria. En Venezuela, las protestas ciudadanas van por revertir el despojo. En México se organizan para evitarlo. En Venezuela, la dictadura ya dio el paso a la represión, que ha cobrado más de una decena de vidas, centenares de privaciones de la libertad y el inicio de acciones penales contra el candidato presidencial despojado, Edmundo González, y la líder opositora María Corina. Los populismos arrinconados dejan la máscara dadivosa para blandir la línea dura contra sus pueblos.

Paralelismos aterradores. Un INE en manos de Taddei y en vías de identificarse con el ‘árbitro’ electoral de Maduro revela otros paralelismos aterradores. Elvis Amoroso ha sido un destacado exponente de la nomenklatura ‘bolivariana’. Entre otros cargos, fue Contralor de la República, es decir, la tapadera de uno de los regímenes más opacos y corruptos del continente. A su vez, buena parte del árbol genealógico de Guadalupe Taddei cobra en varias nóminas del régimen mexicano. Y así se explican sus muestras de subordinación. Al margen de sus facultades legales, Taddei ‘calculó’, desde la noche de la jornada electoral, que el régimen —con su partido y sus aliados— tendría la ansiada mayoría calificada, con el criterio de sobrerrepresentación que enseguida enarbolarían AMLO y sus secuaces.

Democracia ‘sobrerrepresentativa’.

En ese INE confía López Obrador para coronar su destructiva ‘transformación’. Pero como su nombre lo sugiere, la sobrerrepresentación adultera el sistema de la democracia llamada, precisamente, representativa, y no sobrerrepresentativa de un bando. Acaso confía también AMLO en que el tribunal electoral valide dicha sobrerrepresentación, aun frente a las precisas interpretaciones sistemáticas del texto constitucional en que han insistido los más autorizados constitucionalistas, politólogos, analistas. En la fase final y definitiva del proceso, el presidente coacciona porque el tribunal sólo tenga ojos para una línea de la Constitución, sin voltear a ver los párrafos que la contextualizan. En sentido contrario, abundan las voces que ven una luz de esperanza en ese tribunal, aun debilitado, vulnerado, dividido, presionado por una cadena de acciones y omisiones presidenciales. Mientras los ciudadanos movilizados por un congreso plural, con el peso correspondiente a las minorías, es decir, integrado conforme a la Constitución, militan también del lado de la integridad del acosado Poder Judicial del que forman parte los magistrados de ese cuerpo colegiado que tendrá la última palabra en cuanto a una sobrerrepresentación que, entre otros efectos, fabricaría una mayoría calificada que aprobaría al abatimiento del sistema judicial, con todo y el tribunal electoral.

Profesor de Derecho de la Información. UNAM

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