¿Por necesidad o por gusto? El presidente mexicano se llevó la peor parte entre las reacciones de nuestra esfera pública a las renovadas expresiones humillantes recibidas de Trump. Contra la inclinación mexicana a solidarizarse con la víctima, el débil, el ‘doblado’ en este caso, esta vez una opinión extendida descalificó a esa víctima que deja de serlo en cuanto se asume compinche del victimario, el poderoso, el doblador. Más bien, la víctima de ambos parecería ser la dignidad de la nación, la prestancia del Estado. Y es que, en su madurez, la sociedad mexicana puede entender que su gobierno ceda por necesidad —e incluso por sagacidad— ante la embestida de un engranaje gigante de poder conducido por un desquiciado. Pero repudia que su presidente parezca, con sus dichos, sometido por gusto, con la indulgencia, la trivialización, la docilidad o el deleite que aparenta producirle una nueva afrenta.
La inconsistencia. En efecto, en nuestra conversación pública se dio por sabido el doblegamiento mexicano ante la extorsión pública de Trump y su amenaza de imponer aranceles a productos mexicanos si AMLO no frenaba con la tropa —como le cumplió— la migración del sur y si no mantenía en México —como también le cumplió— a los solicitantes de asilo a EU. Además, la crítica se centró en AMLO porque ya es cosa juzgada la percepción adversa a Trump en el debate público mexicano. Para colmo, la respuesta mañanera al agravio de Ohio, puso una vez más en la agenda la inconsistencia del lenguaje de AMLO, que pasó de postular puertas abiertas a la migración a su contención militar, y emigró también de identificar a Trump con Hitler a decir ahora que le cae bien, aunque sea capitalista, lo que acaso lleve a alguno de sus creyentes a concluir que le debe caer bien un nuevo Hitler.
También eso se sabrá. Al presidente mexicano lo persiguen los efectos de sus actos, sus dichos y sus omisiones. Sus afinidades con Trump lo mantienen ahora cercado por la narrativa arrogante, injuriosa del expresidente contra quien suele exaltar el respeto absoluto del estadounidense a nuestra soberanía. Y ya se avistan las consecuencias de las apuestas retadoras con las que AMLO estira la liga de los compromisos de nuestro país, en diversos órdenes, con el actual habitante de la Casa Blanca. El caso es que los términos del doblegamiento de que se jacta Trump, en materia migratoria, persisten intocados con el actual presidente Biden. Y que, independientemente de la maquillada versión que ofrezcan los gobiernos de la conferencia AMLO/Biden de pasado mañana, también eso se sabrá —los resultados de la conversación— a través de la versión que más temprano que tarde ofrecerá la Casa Blanca de Biden, sin bien con un lenguaje quizás más educado, contrastante con el del expresidente que a AMLO le resulta respetuoso.
En la defensiva. Ni el presidente ni el secretario de Relaciones desmintieron el hecho sustantivo del relato de Trump del doblamiento mexicano por el doblador estadunidense. El canciller Ebrard intentó la misión imposible de colocar una postura, que resultó de buen corte publirrelacionista, pero con las inconsistencias y omisiones del género, tanto en el tema migratorio como en el T-MEC. El mensaje se arrinconó en la defensiva, con la vindicación del patriotismo de AMLO y con gestos de independencia en defensa de Maduro y Evo, de los que Trump no se dio por enterado.
A la deriva. No será lo mismo con Biden. Ni en estos temas ni en el coqueteo con Putin, ni en la regresión antidemocrática interna. En la turbulencia planetaria en curso, el incidente Trump muestra a un régimen mexicano a la deriva, dando palos de ciego, además, pertenecientes al naufragio del siglo pasado. El espectáculo continuará previsiblemente en unos días con el presidente en Centroamérica y el Caribe.