Fuera de control, fuera de sí. Fuera de control se vio el discurso del presidente en lunes y martes. Urgido de alejar de su entorno el intento de homicidio contra el periodista Ciro Gómez Leyva, lo ha atraído. Incurrió en los más graves errores en la comunicación de crisis. Van: se adueñó de un tema explosivo, pero de propiedad de las agencias de investigación. Y ya montado en él, emitió conjeturas y especulaciones en ausencia de una puntual rendición de cuentas. Y así, especuló, “como hipótesis”, que el atentado pudo ser producto de “un grupo del crimen organizado”. Pero luego cambió esa “hipótesis” por otra, aparentemente dirigida a culpar del atentado a sus críticos y opositores. Ya para el martes, se enredó con que “pudo ser un autoatentado”, uno muy peculiar, porque explicó: “no porque él se lo haya fabricado, sino porque alguien lo hizo para atacarnos a nosotros, no lo descarto”. Y ya vendrán los encargados de armar una investigación para probar este auto-hetero atentado. Fuera de sí.

La culpa es de los adversarios. No ha sido extraño, en efecto, que estas disquisiciones presidenciales sean tomadas por las autoridades bajo su mando, ‘autónomas’, como instrucciones para la investigación de delitos, como ha ocurrido con los ukases proferidos por el presidente a la Fiscalía General. Puede ser, estableció, que grupos contrarios a la transformación hayan llevado a cabo el ataque para afectar al gobierno, dijo. Y por lo pronto los culpó de aprovechar el tema para ”culparme”. El problema es que, con tal locuacidad, a) hizo una defensa en tono y calidad de acusado; b) introdujo un elemento de contaminación a las pesquisas y, c) ensanchó la vía franca a la discusión pública sobre sus responsabilidades de diverso orden en el atentado.

Qué hacer y qué dejar de hacer. Las percepciones de alguna forma de responsabilidad del gobierno en el atentado se extienden en la conversación pública. Y en esta tendencia se advierten mucho más que voces de ‘conservadores y adversarios’. Por tanto, mucho más que especulaciones grotescas y frases fugaces de solidaridad mañanera hacen falta para disipar señalamientos y sospechas. Algo diferente tiene qué hacer y algo muy específico debería dejar de hacer el Presidente para detener esta dinámica de su comunicación, con efectos cada vez más tóxicos para el país. Pero el presidente insiste en seguir con lo mismo, incluso con más furia después del atentado.

Pronunciamiento. Un pronunciamiento puesto a circular ayer de cerca de 200 periodistas y otros actores del debate público, de un amplísimo espectro ideológico, mezclas generacionales y ubicaciones geográficas, resume en unas líneas exigencias, diagnósticos y advertencias que dominan la conversación desde el atentado contra Ciro: 1) Que cese el hostigamiento del presidente contra periodistas críticos, ya que 2) Las emanaciones de odio hacia ellos se incuba, nacen y se espar cen en Palacio Nacional. 3) La difamación es una convocatoria a la violencia física contra los periodistas estigmatizados por el presidente. 4) Los asesinatos de periodistas marcan un récord en este sexenio, y la impunidad es alarmante. Y 5) De no auto controlarse el presidente en sus impulsos de ira hacia periodistas críticos, el país entrará en una etapa aún más sangrienta que ya han experimentado otros países latinoamericanos: asesinar periodistas para desestabilizar al gobierno, o matar en pago de favores al gobierno.

Pavoroso cierre de año. El discurso presidencial lo oculta, pero el país vive un pavoroso cierre de año entre el atentado contra la constitución y la democracia de la contrarreforma electoral, la incertidumbre económica y estas señales de una muy transitada ruta de violencia verbal con destino inexorable a la violencia física contra los llamados “adversarios”.

Profesor de Derecho a la Información, UNAM