Contra la meritocracia. Incluso si, contra la aritmética y los pronósticos casi unánimes, Ricardo Monreal —todavía coordinador de los senadores oficialistas— pudiera, al finalizar la jornada legislativa de hoy, levantar el pulgar de triunfo tras una eventual votación a favor de perpetuar la presencia del Ejército en las calles, la (mala) suerte seguiría echada contra su aspiración a la candidatura presidencial oficialista. Y lo mismo pasaría con la suerte del (todavía) canciller Marcelo Ebrard, incluso si lograra, a partir de hoy, la misión imposible de paliar siquiera en la Asamblea General de la ONU el destino previsible de la ‘propuesta de paz’ de AMLO para la Ucrania invadida y destrozada por Rusia. Una condena a la irrelevancia de la ‘propuesta’ sería piadosa; su ruta al ridículo, indeseable para el régimen. Pero la etiquetación internacional definitiva de AMLO como alfil de Putin contra el pueblo ucraniano —en confrontación, además, no sólo con Occidente, sino incluso con China y Turquía— sería catastrófica para el país. A ver si Ebrard —en Manhattan— y Monreal —en Paseo de la Reforma— siguen acumulando (inútilmente) méritos, con un jefe que no valora la meritocracia política ni diplomática, sino la incondicionalidad y la obediencia ciega.
El palo al independiente como teoría motivacional. Y es que, de acuerdo con los resultados del Consejo Nacional de Morena y de innumerables señales de palacio, a pesar de especulaciones sobre ofertas de consolación, ni frente al caballo de Ebrard, ni frente al de Monreal, dejó el presidente López Obrador espacio para una zanahoria de verdad, que motive su permanencia en el carril de perdedores asignado desde ahora en la carrera por la candidatura presidencial para la elección del 24. Lo que sí quedó a la vista fue el palo de la fiscalía ondeando sobre el lomo de todo prospecto independiente o potencial desobediente. Y si bien es cierto que ni Marcelo ni Ricardo son Alito, eso no importa: el recurso disciplinario del presidente es el mismo. Con los expedientes de los altos puestos ocupados en la trayectoria de Ebrard y Monreal en una mano, y con la docilidad de la fiscalía ‘autónoma’ en la otra, siempre será factible ‘descubrir’ algún pendiente con la justicia dictada desde la corte presidencial. Por lo demás, para el presidente la motivación de la zanahoria se ve innecesaria desde su convencimiento de que los méritos —si los hubiera— serían producto de su iluminación y su legitimidad de hierro para administrar el bien y el mal: para limpiar (temporalmente) expedientes de sumisos y amagar con la cárcel a los insumisos. Y así, más que a la operación del coordinador senatorial oficialista, el eventual logro hoy de una mayoría calificada a favor de la militarización perpetua del espacio público sería atribuible al presidente y su socorrido recurso de mostrarle el palo al desobediente como teoría motivacional.
Se está haciendo tarde. Ya Monreal pintó su raya al abstenerse en la votación para aprobar reformas anticonstitucionales ordenadas por el presidente para adscribir la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa. Y las cuentas de las que informa ahora sobre los votos faltantes para la extensión de la presencia militar, más parecen los de un observador externo o de un escrutador escrupuloso que los de alguien involucrado en el desenlace legislativo. Y habrá que ver hasta dónde sigue Ebrard dispuesto a dar la cara por las bochornosas —o sólo extravagantes— ocurrencias de su jefe en la arena internacional. Por lo pronto, se está haciendo tarde para cerrarle el paso al primitivismo de los actores públicos que protagonizan la agenda mexicana de estos tiempos, como lo muestra la metáfora explícitamente zoológica del palo o la zanahoria como estímulos para activar o inhibir conductas humanas.