La causa más antipatriótica. El Presidente parece dispuesto a mostrar en las fiestas patrias de septiembre su viejo control sobre la calle y el involucramiento de las fuerzas armadas con su proyecto ideológico, excluyente de la mitad de la nación. Veremos grandes movilizaciones de las clientelas de sus programas de reparto de dinero como prueba del apoyo de las masas a sus decisiones supuestamente patrióticas, por su carga anti Estados Unidos. También, a su anuncio de incumplir lo suscrito y celebrado por el propio Presidente hace tres años en el acuerdo comercial de Norteamérica. Ya se han cuantificado los estragos mayores para México de una decisión así. Pero la cosa puede estar peor en el plano doméstico. Porque acaso se trate de la mayor operación para agudizar el antagonismo de los beneficiarios de las mercedes del régimen –‘los patriotas’’- contra la ciudadanía crítica, independiente —los supuestos “traidores a la patria’— cuya peso sorprendió incluso al Presidente. Podríamos estar en un punto culminante del proyecto divisionista —polarizador— de ahondamiento de la escisión de la sociedad mexicana en dos mitades. Y ello constituiría la causa más antipatriótica para la celebración de la independencia.
La causa más antidemocrática. Hasta ayer estas fiestas patrias constituyeron el mayor símbolo de cohesión nacional, sobre diferencias y discrepancias. Esta vez la fiesta apunta al sectarismo, la exclusión y la hostilidad contra quienes no coinciden con el derrotero impuesto a la nación. Y, como el desfile del 16 de septiembre es protagonizado por las fuerzas armadas, integradas ya a crecientes funciones civiles, involucrarlas además en el clima de polarización promovido por el Presidente, un clima de sectarismo, excluyente y hostil, ello podría completar una ecuación infernal con el poder de la calle. Masas progubernamentales, más tanques y bayonetas: un mensaje amenazante, con propósitos disuasivos de la participación de la ciudadanía independiente en las siguientes elecciones. A ello se agrega la actitud del Presidente, su partido y los suspirantes por sucederlo, a dar ya por inexistente a la autoridad electoral autónoma y por inaplicables sus sanciones a las faltas cotidianas del oficialismo a la ley. Dan por un hecho la rendición de los legisladores de oposición al proyecto presidencial de controlar también los procesos electorales desde palacio. El propio suspirante y secretario de gobernación dijo recientemente que no le importaban las sanciones del INE a sus actos anticipados de campaña, ya que pronto sería el institutio exterminado en el Congreso: la embestida más antidemocrática desde la inauguración de la actual democracia mexicana.
Operación bumerán. Mientras tanto, el Presidente parecería estar en la ruta de lograr los más altos grados de simpatía por Estados Unidos. Promoción pro yanqui ¡desde palacio! Porque gracias a sus voces resulta difícil encontrar en el debate público argumentos en apoyo a la animosidad de AMLO a las inversiones privadas, especialmente de origen estadounidense, autorizadas por la Constitución e indispensables para reactivar la economía. Más difícil aún sería encontrar algún acuerdo con el desconocimiento, por el Presidente, de los compromisos suscritos en el T-MEC, por el riesgo de llevar al país a los más graves daños del presente siglo a la economía, al empleo y al consumo de los mexicanos. La más reciente ‘denuncia’ que AMLO le dirigió a Washington, apenas el lunes, fue la de estar detrás de los ciudadanos y los grupos sociales mexicanos que luchan con los instrumentos de la ley por evitar mayores daños ambientales derivados de la construcción del tren maya. Y si alguien le cree podría sentir la tentación de cometer la traición de agradecérselo a Biden. Operación bumerán.