Pistas y despistes.

El régimen despierta este 15 de septiembre postrado por una fuerte congestión de signos y símbolos en conflicto. Lo aquejan también choques de retórica con realidades, decisiones y acciones oficiales fallidas. A su vez, el país se paraliza confundido por especulaciones, pistas y despistes sobre los designios reales del supremo poder para los años que corren. Ello, frente a la vapuleada capacidad de ejercer frenos y contrapesos por los órganos (todavía) autónomos del Estado, la (estigmatizada) sociedad civil —los medios independientes y la inteligencia nacional a la cabeza— y la sistemáticamente difamada oposición partidista. Ahora, la incipiente unidad opositora tiene que agregar intentos de división de factura pueblerina: la cooptación (probablemente agradecida) de exgobernantes de sus partidos, por platos de fabada.

Las señales de la nomenclatura.

¿Habrá qué encender la tele para asomarnos al protocolo y las proclamas del ‘Grito’ de palacio de esta noche? ¿O, mañana, para ver con quién habla y con quién calla ante el desfile militar, o quién aparece a cámara o quién ha sido borrado, para inferir el pasado, el presente y el futuro de unos y otros? Parecemos ir de regreso a clases de sovietología para todos, la disciplina que pretendió anticipar las sorpresas en hermético curso de incubación en el Kremlin. Se trataba de seguirles la pista a señales externas como la proximidad o la distancia, en kilométricos presídiums, de cada jerarca respecto del sitial del líder supremo. Y así ocurrió aquí con la disposición, considerada dinástica por nuestra sovietología, del sitio de la jefa de gobierno de la capital en la ceremonia palaciega del mensaje del informe presidencial de hace 15 días

Guerra semiótica.

Sólo que este mensaje escénico apareció desafiado este fin de semana por las escenas de un desayuno, en Zacatecas, de los otros dos presidenciables de tiempo completo: el secretario de Relaciones Exteriores y el líder de la mayoría oficialista del Senado. Significantes en la guerra semiótica, esas escenas pasaron primero como cine mudo, pero más tarde apareció el audio en la columna vecina de Salvador García Soto, un script acaso más desafiante que la imagen, contra los aparentes aprestos de una candidatura oficial dictada desde palacio. Enriquecida por hallazgos periodísticos como éste, la sovietología renacida ahora en México también pretende decodificar los mensajes cifrados de los desplantes verbales, con frecuencia contradictorios, imprecisos o falsos del jefe de la nomenclatura. En todo caso, algo podría tratar de trasmitir hoy y mañana ese oráculo constituido por el balcón central de Palacio Nacional.

Caminos cruzados.

Ya un Stanley Kubrick habilitado como sovietólogo en El doctor insólito, observaba que en ese modelo de comunicación se acostumbraba a revelar —y simbolizar— hechos candentes en las grandes efemérides de la patria, en la película: un contraataque nuclear contra Estados Unidos: el fin del mundo. Por supuesto, no hay sovietólogo mexicano que espere hoy o mañana pronunciamientos de tan catastrófica magnitud, pero tampoco se esperan mensajes esclarecedores. Y esto es música para los oídos de sovietólogos exégetas del poder. ¿Alguien puede deducir adónde vamos de la ubicación en los salones de palacio, esta noche y mañana, del nuevo embajador de Estados Unidos y del presidente de Cuba, el invitado estelar? ¿Habrán invitado al ágape al embajador de España para reprocharle la conquista a manos de los reinos de Castilla y Aragón y las inversiones españolas? ¿Vendrá el exgobernador de Sinaloa, en viaje a la península con la encomienda —que podría empezar a cumplir esta noche— de recomponer lo que allí en palacio descomponen por la mañana? Congestión de signos en conflicto en estos días de la patria.

Profesor de Derecho de la Información. UNAM

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