1. Desmesura del Estado contra el Estado. En las movilizaciones de masas de los regímenes populistas, como el de aquí, escenificadas por el jefe del Estado, su carácter extraparlamentario suele devenir un golpe contra un órgano del Estado: el Poder Legislativo. Asociado esto a los golpes y sumisiones a otro órgano ―hoy semiautónomo― del Estado: el Poder Judicial, y al amago incesante a otro más: el sistema electoral independiente, se estaría prefigurando una desmesura autocrática: un golpe a la Constitución por parte de un jefe de Estado en guerra contra el Estado constitucional democrático que encabeza. Ello estaría muy cerca de algo también llamado autogolpe en la literatura política.
2. Desmesura contra la Constitución. Por otra parte, a las movilizaciones desafiantes del bloque político dominante se les ha llamado ‘extraparlamentarias’, precisamente por llevar a las calles las causas excluidas de la lucha parlamentaria. Fue el caso de las revoluciones juveniles del 68. Y tan recientemente como dos domingos atrás, los efectos de una movilización ciudadana ―extraparlamentaria― tienen al borde de la derrota a una abyecta mayoría parlamentaria, en defensa de la democracia amenazada por una iniciativa presidencial de reforma a la Constitución. Y, en otra desmesura, el presidente pretende ahora retomar sus contenidos en leyes secundarias contra la Constitución.
3. Desmesura del engaño. Hubo un ánimo engañoso desde la frase previa a la lectura de su ‘informe’ del domingo. Su rotundo ¡no! a la reelección fue motivado por el reclamo de reelección surgido de un coro de leales colocados frente al presidente. Era imposible esperar de ellos, como se vio adelante, una consigna no concertada con los mensajes del principal. Y es que la reelección requeriría una reforma constitucional más inviable que la rechazada ―por legiones de ciudadanos y la oposición legislativa― para acabar con el INE. Pero el tongo de la reelección le dio pie al presidente para negar ―como gracia magnánima― tal pretensión. También le sirvió para distraer a algunos medios con un tema sin sustancia. Pero, sobre todo, para alejarse de la maldición del reeleccionismo arraigada en el imaginario mexicano desde el asesinato de Obregón y así avanzar en el proyecto de perpetuación en el poder por otros medios, igualmente maldecidos, habría que recordarlo, tras el maximato de Calles.
4. Desmesura transexenal. En su larga perorata, el presidente dio un paso más en este sentido, al imponerle desde ahora la continuidad de su régimen y su bandera de campaña ―el ‘humanismo mexicano’― a quien él elija como candidata o candidato a sucederlo. Pero en el curso de la arenga, cayó sobre el Zócalo un alud desmesurado de afirmaciones presidenciales con datos equívocos, imprecisos y abiertas falsedades, que hizo huir a grupos de asistentes de nuestra plaza mayor, por la larga espera, la inclemencia del sol y la longitud del discurso. Pero quizás también para ponerse a salvo de la intoxicación con las cuentas del gran capitán.
5. Desmesura, intimidación y control de la comunicación. La desmesura del acarreo tiene en estos regímenes una función intimidatoria e inhibitoria de la acción ciudadana, porque crea la percepción de un régimen invencible, imposible de enfrentar. Sirve además de ‘aval’ para el incontrastable apoyo que arrojan los sistemas electorales controlados por los gobiernos, como el propuesto en la iniciativa presidencial. Y el círculo se cierra con la saturación de medios oficiales, oficialistas y, cada vez más, comerciales, con la narrativa de un inconmovible binomio presidente-pueblo que hace de críticos y opositores del presidente, enemigos del pueblo. Signos premonitorios de un control de los contenidos de radio y televisión, en una espiral de inmovilismo y silencio.
Profesor de Derecho de la Información. UNAM