Contento malestar. Se perfilan nuevos retos a la sobrevivencia de la democracia. Si la inesperada, magna respuesta a las marchas ciudadanas del 13N sacó a la superficie el malestar acumulado frente al régimen y el anhelo de relevarlo por la vía democrática, manteniendo un árbitro no controlado por el gobierno, la monstruosa contramarcha oficial programada para este domingo 27N se propone escenificar exactamente lo contrario. En palabras del presidente, mostrará “lo contento” que está “el pueblo” con su régimen, tanto, que ese “pueblo” le “pidió”, dijo el gobernante, organizarse una extraordinaria muestra de apoyo. Y en cuanto a su plan de prescindir del actual sistema electoral independiente con miras a impedir una derrota en 2024, confía que su partido lo logre con leyes secundarias —inconstitucionales— en el entendido de que sus ministros en la Corte las harán pasar por apegadas a la Constitución.

Más marchas nos esperan. Abundan los diagnósticos sicológicos publicados sobre si, por ejemplo, el Presidente decidió su estrambótica autoexaltación para enfrentar el miedo que le despertó la magnitud y la espontaneidad de la movilización social, a la que parece querer espantar con insultos diarios a sus integrantes. O si se organizó la fiesta por una mórbida necesidad de saciar un ego ávido del reconocimiento negado por los marchantes ciudadanos. O para sanar un ego herido por las rotundas muestras de descontento de un sector significativo. Más marchas nos esperan entonces tras los desaires a su candidato para el BID y a su cumbre de presidentes de la región, portazos que esta semana le hicieron ver lo ilusorio de suponerse líder de los regímenes progresistas latinoamericanos.

Manifestación de culto. Pero a juzgar por los modelos de perpetuación en el poder afines al régimen mexicano, la contramarcha devendría una representación escénica de culto —como una procesión religiosa— por los años con que nos ha bendecido AMLO con su presidencia. Y seguro no faltarán plegarias ‘espontáneas’ del pueblo agradecido por la perpetuación del régimen. Sería el desnudamiento de una ambición de permanencia —a la mala— en el poder, con un supuesto ‘mandato del pueblo’ al Congreso para acabar con la autonomía del Instituto Nacional Electoral.

Devoción con cargo al contribuyente. A diferencia de la marcha ciudadana, la contramarcha oficial será sustentada con los recursos del Estado. De hecho, de las grandes movilizaciones de AMLO (contra el desafuero en 2005, contra el resultado electoral de 2006 y, desde luego, las concentraciones de devoción a su persona, como la próxima, realizadas ya en su Presidencia) ninguna ha sido de iniciativa ciudadana, como sí lo fue la de hace dos domingos. Las del presidente han sido convocadas por él y organizadas y financiadas, antes, por el gobierno de la capital y, ahora, por el federal, el de la CDMX y los estatales y municipales con gobernantes del partido oficial: despliegues de orden logístico, acarreo, pago y alimentación de contingentes y ahora batucadas y bailongos.

La más grande compra de manifestantes. Serán ciudadanos los marchantes del próximo domingo. Pero la marcha no será ciudadana. Primero, porque la decidió el poder para sus fines, no de la ciudadanía. Segundo, porque el poder sufraga la participación de muchos asistentes. Y tercero, porque, extrapolando, si se quiere, los hallazgos de febrero del solvente especialista Alejandro Moreno de El Financiero, cerca de la mitad (44%) de quienes aprueban, apoyan, marchan y votan con el presidente, lo hacen por los recursos que reciben de los programas del gobierno (el 21 por ciento lo hace atraído por el liderazgo de AMLO y 17% por compartir sus ideas). Es la compra masiva de voluntades, manifestantes y votantes más grande de la historia política de México.

Profesor de Derecho a la Información, UNAM

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