El pueblo ahora sí que sabio. Para la consulta del domingo, entre la pregunta inconstitucional —que no quedó en la boleta— elaborada y promovida por el actual presidente para inducir una condena ‘histórica’ y expresa a los expresidentes, y, por otro lado, el lance calificado por The Economist de cantinflesco —que sí quedó en la boleta— con que la Corte le trató de salvar la cara de la legalidad al Ejecutivo, el pueblo sabio parece optar por el desaire a uno y a la otra. Sí, tanto a la maniobra propagandística de AMLO, como a la incomprensible tomadura de pelo de nuestro tribunal constitucional. No hay que adelantar vísperas, advirtió ayer con razón el presidente, quizás pensando todavía en forzar más contingentes cautivos a votar. Pero a cuatro días de las urnas, se estima que la participación no alcanzará el mínimo del 40 por ciento de la lista nominal para hacer vinculante —obligatorio— el resultado, que además nunca quedó claro qué y a qué se vincularía u obligaría, que no fuera a lo que ya están obligadas las autoridades.

Ahora, allegados del presidente preparan el terreno para el siguiente performance. Anticipan, a manera de control de los daños del probable desdeño a la consulta, el proyecto de crear una ‘comisión de la verdad’ sobre lo ocurrido en el pasado. El problema es que, con su desdén anunciado a la consulta, el mexicano parecería decirle al gobernante que ya se haga cargo de sus responsabilidades, que enfrente sus descalabros acumulados en casi tres años, que deje de organizar distractores de sus saldos negativos, y desista de sus artimañas para asfixiar alternativas electorales a los problemas agudizados en su gestión

El otro virus. Aparte del sinsentido jurídico y del desciframiento de los trucos presidenciales, el mexicano medio está en lo suyo. Atento al repunte del contagio de la nueva variante del Covid, con su nueva saturación de hospitales y su nueva cauda de muertes, al margen y desconfiado de la retórica oficial. También se opone a que se trate la nueva situación crítica con la vieja política de negar, ignorar o minimizar engañosamente los efectos de la resurgida propagación del virus. Y advierte las taras de una gestión de crisis sanitaria sin claridad ni rumbo ni liderazgo creíble. Pero sobre todo parece apartarse de un presidente que, a cambio de no centrarse en el avance de Delta, se empeña en propagar otro virus: el del pánico moral que se propone hacer encarnar en sus predecesores “de la época neoliberal”, a través de una “consulta popular” plagada de deliberadas adulteraciones y confusiones y dobles o triples intenciones ocultas. Todo lo contrario del principio de la democracia participativa que se propuso esa figura constitucional.

Libres de mitos o pánicos morales. De materializarse el domingo el desaire anunciado, ya culpará el presidente a los medios, a la clase media y a alguien más del fracaso de esta maniobra fraguada desde que llegó al poder. Pero quizás ha llegado para él la hora de asumir la existencia de un elector libre de sus mitos, y que ya no juega al juego de un gobernante que rehúye de sus responsabilidades con el expediente de remitir culpas al pasado y a todo crítico, inconforme o víctima del régimen, por ser supuestamente defensores de corrupción y privilegios.

Pero, también hay que decirlo: de imponerse esta mascarada de democracia participativa, los expresidentes del cadalso serán sólo un símbolo para deslindar en el tiempo a los malos de antes de los buenos de hoy. Y los de antes permanecerán como ‘pánicos morales’, en la eficaz definición de Stanley Cohen: grupos desviados, causantes de todos los males de la comunidad y amenaza para los valores e intereses de la sociedad, definidos, éstos, por la fuerza dominante de control, hoy por hoy, en México, el poder autocrático de López Obrador.

Profesor de Derecho de la Información, UNAM