Efecto comprobatorio. Contra el valor periodístico de noticiar lo extraordinario, como lo entendieron los medios ante el retén criminal sinaloense, para el presidente el hecho debió tratarse como algo ordinario, es decir, como no noticiable en los términos en que, según él, lo exageró la prensa. Y ese afán presidencial por asignarle al hecho un sorprendente sentido de normalidad, incluso defendiendo a los malhechores porque supuestamente sólo cuidaban su tierra, le agregó a esta historia otros valores noticiosos. Entre ellos, la sorpresa por el desinterés presidencial en la connotación perturbadora que la percepción pública le confiere al hallazgo como ejemplo irrefutable, con enorme poder comprobatorio, de las versiones extendidas aquí y afuera —y que el presidente también confirmó, con palabras condescendientes— de la existencia de importantes porciones del territorio nacional bajo el control impune de los cárteles. Y algo peor: la displicente actitud presidencial ante el destacamento de maleantes que retuvo a los periodistas que cubrían la gira del presidente por la zona, abonaría a favor de las versiones que apuntan a una presunta protección oficial a los desplantes del poder narco. Y está además lo inocultable en estas vísperas electorales: la fusión de personeros del narco y candidatos del partido oficial, claramente en el Pacífico y el Golfo.

Duopolio de la violencia. La historia del retén no es una simple anécdota más destinada a su desplazamiento con la siguiente barbaridad de las que tan frecuentemente nos allega el régimen, casi siempre con fines de distracción de los desastres nacionales en curso. El retén de criminales restringiendo y controlando in fraganti la libertad constitucional de tránsito de las personas en Sinaloa es, en realidad, una noticia de la mayor trascendencia y con los más altos valores informativos del periodismo. Los retenes de paramilitares y narco-guerrilleros paralizaron hace un par de décadas el tránsito carretero colombiano y en México es cada vez más peligroso aventurarse en las zonas de mayor presencia criminal. Con sus más de cien mil muertos en estos tres años y medio del régimen, los cárteles constituyen un cuasi monopolio de la violencia ilegítima, frente a un monopolio de la violencia legítima del Estado metido en su misión de contener —con violaciones y defunciones— a migrantes y estudiantes, y en los abrazos, la pasividad y la fuga ante los criminales. Qué diría Weber ante nuestro duopolio de la violencia, la legítima y la ilegítima.

Convivir bajo las reglas del crimen. Ya el presidente había escandalizado a la opinión nacional e internacional con su justificación de los soldados en fuga de los disparos del narco, semanas atrás. Actuaba, dijo, bajo su autoasignado deber de proteger a los operadores de las bandas criminales, tanto como a las fuerzas armadas, pasando por alto en aquel párrafo célebre de sus disquisiciones mañaneras, su deber supremo de proteger a la población. Pero esta vez fue más lejos. A su acostumbrado ánimo censor de las decisiones editoriales de los medios, esta vez por asignarle el justo valor noticioso a la demostración de poder e impunidad de los narcos, el presidente agregó una virtual, pero insólita defensa de la conducta delincuencial en el camino a Badiraguato, al descalificar a los medios y llenar de indulgencias a las bandas. El problema está en que tras ese discurso presidencial parece anidar una propuesta de minimizar, de banalizar el ejercicio del poder narco para escrutar particulares por sicarios apostados con armas de alto poder en los caminos, sin autoridades del Estado a la vista. Es una invitación a normalizar: a ver como normales las muestras de mando de las organizaciones criminales, a convivir bajo sus reglas, lo cual equivale a acatarlas.


Profesor de Derecho de la Información. UNAM
 

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS