El partido, otra vía de permanencia. Numerosos significados y un solo propósito verdadero: mantenerse al mando. Pero lo nuevo en la controvertida autocelebración del quinto aniversario del triunfo electoral de AMLO fue el anticipo de otra fórmula posible de lograrlo, junto a las ya exploradas en el debate político y académico. Entre ellas, ante una eventual derrota oficialista en 2024, el desconocimiento del resultado por el presidente, seguido de una crisis constitucional ‘resuelta’ por él mismo con el apoyo de sus favorecidos jefes militares. O la imitación de la vía callista, hoy con el apodo de ‘jefe máximo de la transformación’. O el método llano del poder tras el trono de un sucesor o una sucesora dócil. O la revocación de mandato a un sucesor o una sucesora indócil. Sin ser excluyente de algunas de las fórmulas anteriores, la apuntada ahora por el presidente se cimentaría en el control de un poderoso partido de Estado, gravitando sobre una figura presidencial y un gabinete al servicio de la transformación y por tanto de él, su exponente mayor. O al servicio del pueblo y por tanto de él mismo, su intérprete más fiel.
Todos los lenguajes del presidente. Más que una conjetura, el escenario de un poder supremo depositado en el líder del partido oficial podría derivarse de la diversidad de lenguajes del presidente, en particular, los del acto del sábado. Un lenguaje rutinario de informe adulterado de gestión gubernamental, con decenas de afirmaciones falsas o engañosas como ‘argumentos’ por la continuidad del régimen. Y un segundo eje narrativo, el de mayor tracción en la esfera pública, con un lenguaje beligerante de jefe de partido —de estado totalitario— decidido a conservar el poder sine die: “Nada ni nadie podrá vencernos”. Congruentes con la ferocidad verbal de este líder partidista, pero incongruente con la investidura presidencial en un estado democrático, ademanes, gestos —y los tonos agudos de la voz— denotaron una alta crispación con acentos bélicos contra la participación ciudadana y con una declaración de guerra contra la oposición política partidista.
Liderazgo expresidencial en construcción. Revelador del tipo de liderazgo en construcción por el presidente para el final de su periodo constitucional, resultó el lenguaje de los signos emitidos el sábado por la disposición del espacio en el Zócalo (Proxémica). Una valla metálica delimitaba el escenario de un oficiante que arengaba desde las alturas, ante una muchedumbre que coreaba su nombre, sólo su nombre. Más un acto de culto que de participación política. Pero aquella organización del espacio reveló además significados de las relaciones de proximidad y distancia del líder supremo con sus ‘corcholatas’. Sí: proximidad de primera fila entre los devotos, pero distancia del altar de un oficiante remiso al límite temporal. Ante él tendrían que rendir su eventual presidencia, a través de alguna de las fórmulas a la vista —o de las todavía ocultas— de un pretendido mando transexenal. Por lo pronto, AMLO aceleró el sábado su trasmutación de gobernante a jefe del partido, al parecer el rol elegido para permanecer a partir de octubre de 2024.
El bando y la banda. Por ahora, si bien la detentación del poder pone en manos de AMLO todos los recursos del Estado para sus fines, la investidura presidencial le empieza a estorbar al desempeño de la jefatura política de su bando. Y no por la recurrente violación de la ley que ello supone: es lo que menos parece preocuparle. El agudo ojo periodístico de López Dóriga hizo notar en las imágenes del sábado que AMLO salió de palacio sin la banda presidencial. No fue un olvido, observa el periodista, sino una señal de su rol abierto como jefe de la campaña presidencial de Morena y detractor permanente de la oposición y sus precandidatos.