¿Legitimar un mito?, ¿una dictadura? El plebiscito en que el presidente quiere convertir las elecciones parece abrigar una doble pretensión: la de legitimarse como figura mítica: el mejor presidente de la historia moderna, como repite su directora del coro, su candidata, y la de normalizar una forma de dictadura. Así, la metáfora del plebiscito se encaminaría a consagrar el mito de la inserción de AMLO en el santoral patrio, como plataforma legitimadora de un proyecto que confirmaría la apelación al recurso plebiscitario como vía para la acumulación de poder en manos de autócratas y dictadores, como lo ejemplifican estos episodios de la historia política de tres siglos. Entre los más estudiados, incluso por Carlos Marx, el plebiscito de 1852 para proclamarse emperador por parte de Luis Napoleón Bonaparte. El de mayor trascendencia trágica: el plebiscito de 1934 por el cual Hitler consolidó en su persona todos los poderes del Estado. Y el episodio más cercano: el referéndum de 2004 por el cual Hugo Chávez afianzó la dictadura bolivariana en Venezuela.

Eso se llama dictadura. Con el nombre de ‘consulta popular’, AMLO incluyó la figura venezolana en la Constitución e intentó un ejercicio similar en 2022, que resultó fallido por falta de interés de los electores. Pero el plebiscito en que pretende convertir esta elección no anda lejos, en esencia, de los de Luis Napoleón, Hitler y Chávez. Porque incluye no sólo su aprobación, sino el programa y las estrategias que le impuso a la campaña de su candidata: un control abrumador del Poder Legislativo para con ello reformar y controlar también el Poder Judicial y otros órganos garantes de derechos hasta ahora independientes. O sea, se trataría de lograr también la fusión de todos los poderes del estado en una persona. Y eso se llama dictadura.

El péndulo de la libertad. Ciertamente, hay en AMLO huellas de un remoto pasado autoritario de nuestro sistema político. Pero no son pocas —ni irrelevantes— las pistas que apuntarían a algo distinto, peor que un retroceso, cercano a las autocracias populistas latinoamericanas. En el péndulo de las libertades, la diferencia más notable entre el régimen pre AMLO y la gestión de AMLO radica en que el primero desarrolló en siete décadas, con altibajos, una trayectoria progresiva por la modernización política, mientras el modelo AMLO traza una trayectoria regresiva con algo peor. Ejemplos. El fin del caudillismo en 1928, ahora renacido. En 1935, la liquidación de las presidencias viarias de un ‘jefe máximo’, figura otra vez en gestación. La conclusión del control militar de puestos de gobierno y administración, hoy reforzado día con día. La instauración de la representación proporcional, hoy en la mira del presidente y su candidata, a fin de marginar la concurrencia de las minorías en la función legislativa y su capacidad de contener los excesos del presidente y sus mayorías.

Lo peor. Ya en la estigmatizada ‘época neoliberal’, un árbitro electoral autónomo construido en los noventa, es sometido parcialmente por López Obrador. E, instaurado en 2002 y desarrollado a lo largo del siglo, el derecho de acceso a la información está ahora siendo torpedeado y sentenciado a desaparecer. El modelo constitucional de comunicación política diseñado para la equidad electoral es violado impunemente por AMLO. La ampliación en la Carta Magna de las libertades y los derechos informativos es víctima de presiones cotidianas de palacio. Y la práctica del diálogo y la negociación madurada desde el ciclo reformista de los noventa hasta el Pacto por México de la década anterior, ha sido descalificada y sustituida por la polarización y la exclusión de toda voz discrepante con la voluntad presidencial. Sí. Si las urnas no pueden detenerlo, lo que viene será mucho peor que un retroceso.

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