Cimentar la autarquía

Un logro indiscutible del primer año de gobierno está en la acumulación de poder personal del presidente López Obrador. Con pocos precedentes en la historia de México, la mayor diferencia con ellos radicaría en que se trata de una acumulación de poder no basada en el fortalecimiento de la instittución presidencial, como en el pasado, sino, paradójicamente, en su debilitamiento institucional, combinado con la exaltación personal del líder. Bajo su gestión, la administración pública que encabeza ha sido recortada en número de unidades, servidores públicos y calificación profesional. Y las fuerzas armadas bajo su mando aparecen desarmadas o reducidas a ser contratistas de obra pública, o integrantes de la Guardia Nacional, para sustituir a la aplastada Policía Federal, también bajo su mando.

En efecto, la acumulación de poder del actual presidente no se asienta en la fortaleza de las instituciones, sino en su dislocación o su neutralización como fuentes de decisiones, ya sean delegadas, compartidas o desconcentradas. Hoy, las decisiones se adoptan desde el centro de un escenario público mañanero de Palacio Nacional, con actores secundarios, a veces simples ‘extras’: colaboradores o empresarios al servicio del mensaje del protagonista y con un público de reporteros y paleros a quienes se les pide aplaudir al final de cada actuación estelar.

En este primer año del nuevo poder presidencial tampoco hay visos, por ahora, de restauración de un Estado expansivo, propio del modelo tan temido de la década mexicana de 1970 y principios de los 80, desmantelado en décadas siguientes. Pero en lo que se empeña hoy el régimen es en desmantelar el entramado institucional del incipiente Estado democrático para, sobre sus escombros, cimentar una nueva autarquía presidencial.

Escribir la historia

Si la estructura institucional de la joven democracia mexicana acotó los desmesurados poderes presidenciales, hay que desmontarla por su origen en el llamado ciclo neoliberal. Si el IFE/INE le arrancó al Ejecutivo el control de las elecciones, hay que desmembrarlo después de postrarlo por la vía presupuestal. Si el juego limpio electoral propició el equilbrio en el Congreso y la alternancia en la Presidencia y los estados, es momento de restablecer una estructura clientelar electoral sin la supervisión del INE. En fin, si una autónoma Comisión de Derechos Humanos procesaba violaciones del nuevo régimen, había que coparla con una prosélita del poder autocrático.

Se pueden hallar este primer año de gobierno, en efecto, vestigios del viejo populismo estatista mexicano, o guiños a los líderes históricos del comunismo prosoviético o gestos de empatía con guerrillas maoístas. Pero se pierde el tiempo si se pretende encasillar al nuevo régimen en alguno de los modelos propuestos por esas experiencias en el poder. Incluso se pueden caricaturizar poses o estilos actuales equiparándolos con los regímenes totalitarios de la Alemania nazi o de la Italia fascista. Pero esas son historias irrepetibles. Mejor hay que atender a las que ahora escriben quienes llaman a hacer historia desde el poder y a los que la analizan desde la academia.

Behemoth

El profesor de Filosofía y Sociedad de la Complutense, Pablo López Álvarez, ha recogido la revaloración de Foucault de Franz Neumann y su Behemoth, con su idea de la Alemania nazi como “la tentativa más sistemática de debilitar al Estado”, y del neoliberalismo como causante del desvanecimiento y la dislocación recientes del Estado. Hoy, los liderazgos carismáticos impuestos sobre los Estados democráticos parecerían apuntar a las nuevas claves para entender la racionalidad política contemporánea: el no-Estado como el imperio de la anomia que devora los derechos de las personas, sostuvo Neumann.

Profesor Derecho de la Información.
UNAM

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