La democracia entendida únicamente como elecciones se basa en lo que la psicología social define como un principio de homofilia: la tendencia humana de sentirse atraída por quienes se parecen a uno mismo, bien sea por el lugar donde nacimos, la manera de hablar, el género, la edad, el color de piel o la manera de pensar. En la democracia, esta atracción no es una trampa sino parte de la mecánica del poder de la colectividad. Uno elige representantes que tomarán decisiones públicas en su nombre, y por eso busca a los representantes que considere que están alineados con sus valores e intereses, quienes ven el mundo del mismo modo y tomarán decisiones como si uno las estuviese tomando. Hasta ahí todo bien. En un mundo complejo uno busca a quien se le parezca porque cree que tendrá las mismas prioridades y tendrá en mente un futuro mejor parecido al que uno se imagina.

El problema de la homofilia que no es nuevo, pero se ha vuelto cada vez más intenso en todo el mundo es que nos hemos vuelto más precarios en los atributos que creemos que comparten con nosotros las personas que contienden en elecciones. A veces, este énfasis en simpatizar con quien creemos que se parece a nosotros es manifiesto en su reverso: la burla y el desprecio del adversario. Nos sentimos muy avanzados por tener a dos mujeres en la contienda electoral pero la conversación difícilmente sale de cómo se visten y qué tan bien salen en las fotos, cómo hablan y quién resulta menos carismática. Hace un montón de años Max Weber explicaba los tipos de autoridad en las sociedades: tradicional (el poder del monarca en un imperio), la carismática (basada en la personalidad y la lealtad), y la racional-legal (basada en conocimiento y un entendimiento de la burocracia como una profesión). Ciertamente en este mundo posmoderno necesitamos líderes con habilidad y capital político para persuadir y lograr cambios necesarios. De ahí que tenga un peso no despreciable el carisma y la personalidad, pero estos atributos sirven para casi nada si no se tiene el otro componente: la capacidad y el conocimiento para gobernar.

Resulta triste pero interesante al fin y al cabo preguntarse no sólo cómo vemos nosotros a quienes aspiran a la presidencia en el país sino cómo nos perciben como ciudadanía. Una parte de la explicación de por qué nos centramos únicamente en su apariencia física y su personalidad es porque en la parte sustantiva dicen muy poco. Transmiten descalificaciones y revuelcos de su pasado político pero rara vez muestran el lado racional que nos haría pensar que van a saber qué hacer con los problemas del país si les elegimos. ¿O acaso nos asumimos igual de huecos y nos sabe bien quedarnos en ese nivel de discusión sobre quién habla más aburrido o dice más barbaridades? ¿Le encomendamos el futuro del país a nuestro bully de primaria?

Te va a parecer todo esto exagerado, pero hace un par de días el sector bancario invitó a las contendientes a la presidencia a compartir un poco de su visión y plan en caso de resultar electas. Ahí se habló de las AFORES y de la edad de jubilación. Finalmente, una muestra diminuta de lo verdaderamente importante. En la homofilia tiene un peso muy importante la percepción de la otra persona y de uno mismo. ¿Cómo me veo y cómo me verán para pensar que lo único que importa es quién uso más filtros en sus fotos?

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