Con más frecuencia de lo que debería admitirlo, culpo a la pandemia de haberme robado el tiempo de maneras distintas. Un par de cumpleaños se escurrieron del calendario sin que me percatara en qué momento pasé del punto A al B en mi imaginaria línea cronológica. He dejado de ver a un puñadito de gente que me importa más que el tiempo mismo y me cuesta todavía distinguir un martes de un domingo y de cualquier otro martes de los últimos meses.

No es para menos, suelo decirme como consuelo. El multiverso nos juega una broma cruel y cuasi infinita cada vez que le amarramos un listón a San Charbel para que se acabe definitivamente la pandemia. Ciertamente no estamos ya en lo que podría llamarse el periodo negro donde comenzamos a escuchar de decesos cada vez más cercanos, cada vez más cerca de la puerta. Aunque hemos domesticado en algún sentido la curva, no parece resignarse todavía a ser un virus estacional de los varios males que ya estaban en la fila.

Desde luego que no es propósito de esta nota arruinarle el domingo ni hacer una larga lista de las señales apocalípticas por todos lados, pero nombro solo unas más porque le vienen bien a mi argumento del tiempo. Se disparan las sequías en algunos lugares, y en otros el nivel del mar sumerge pedazos de ciudades como si fuesen Atlantis. Las criptomonedas y los entusiastas que creyeron que eran la mar de astutos ven sus sueños especulativos quebrarse. La guerra está ahí, todos los días, televisada, transmitida a nivel calle en Tiktok, sobre analizada en todos lados y no parece tener un fin cercano. Pintan luces rojas hasta en la glorieta, mientras vemos al ahuehuete secándose, como símbolo cruel de nuestra fortuna últimamente.

Como si no tuviésemos suficiente, se retrasan los mundiales. Cuando la noción cotidiana se funde en el calendario, lo poco que nos quedaba como animales posmodernos era medir el tiempo con eventos tamaño caguama. Quienes nos antecedieron se situaban en el tiempo contando mareas, ciclos lunares y eclipses. En mi infinito egocentrismo, me hacía bien pensar en los mundiales como una medida de tiempo equiparable a la de esos ancestros intelectuales. Y aunque ciertamente va a haber mundial en este año, no deja de tener lo suyo de anticlimático que vaya a ser en noviembre y no en el verano, como se acostumbra.

Le parecerá una nimiedad, que se esté uno quejando de que se recorrió un par de meses un evento deportivo. Somos, me atrevo a recalcarlo, criaturas compuestas de un sesenta por ciento de agua y el resto de símbolos. El ahuehuete seco es un símbolo más que un árbol cualquiera, lo mismo que un taco es mucho más que la suma de sus ingredientes. El mundial es un símbolo más allá del futbol, un estuche de memorias. Hoy que la pandemia nos ha arrebatado tanto y no nos ha dado tiempo siquiera de lamernos las heridas, conviene aferrarse a los símbolos que le dan sentido a nuestros días, incluso si todos los días siguen siendo martes.

Ahora que me cuesta tanto situarme en el calendario y en la línea temporal del devenir que me es tan incierto, abrir esa caja simbólica de los mundiales se me antoja una terapia. Le pongo una tachuela al tiempo escurridizo mientras me acuerdo de esas tarjetas de cartón que tenían anotados países y ranuras por todas partes, para seguir con detalle el calendario de juegos. Aprieto con las dos manos la línea del tiempo cada que pienso en mí y en mi padre comprando un par de tortas y estrellándole nuestras

ilusiones a esa televisión pequeñita que reinaba en la tortería sobre un refrigerador lleno de refrescos. Pienso en algunos grandes partidos pero también en personas igual de grandes con quienes compartí el sofá y noventa y tantos minutos de nervios. Hoy que la vida frenética nos lleva sin ningún aviso ni remanso a quién sabe dónde, que se nos traspapelan los cumpleaños y se acumula nostalgia en la alacena, habrá que echar mano de los símbolos que le han puesto calma a nosotros en el pasado y a tanta gente antes que atravesó tiempos azarosos. A lo mejor el multiverso muestra su lado piadoso apuntando en el calendario un mundial en noviembre, como quien siente calma por saber a dónde va.


@elpepesanchez

 

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