Vaya manera de cerrar un año más de esta temporada tan turbulenta. En cien intentos de predecir el fin de año de 2021, difícilmente habría considerado un oleaje de virus sin descanso y un muy desconcertante descrédito y ataque a la ciencia y la razón en México y el mundo. Decir que la democracia está en crisis cada vez suena menos a exageración y más a una expresión que se queda corta ante la realidad.
Sin embargo, como pudo haber dicho Galileo, se mueve. Avanzamos en la dimensión lineal e inexorable del tiempo. Cosa que, de tan mundana, pasa desapercibida en cuanto a su maravilla. Creemos que el tiempo es tan cierto como la gravedad y las leyes de la termodinámica, pero a cuántas lagartijas, arrecifes, nubes y planetas les tiene sin cuidado si hoy es domingo o si usted llegó tarde a la cena de navidad del trabajo. El tiempo es un elemento flexible y caprichoso, dependiente siempre de la muñeca y las manecillas que lo estén midiendo.
Por eso es también una expresión en sí misma rara aquella que asegura que, con el tiempo, todos habremos de enfermarnos de covid, así, en minúsculas y sin mayores precisiones.
Quienes hacen proyecciones de su evolución, consideran que su transmisión y variantes terminarán por hacernos tener una relación con el virus muy parecida a la de la gripa, común y pasajera. Montemos otra expresión compleja sobre esto: si bien es cierto que, eventualmente, todos habremos de contagiarnos de uno u otro modo -y de una u otra variante, también-, el orden en que suceden las cosas importa. Dicho de otro modo, el cuándo se enferma uno es absolutamente relevante en una pandemia como la que navegamos.
Aterricemos esta maraña de frases cronológicas en ejemplos sencillos. Estará de acuerdo en que lo que se sabía del virus y cómo combatirlo ha cambiado mucho en estos casi dos años. No fue lo mismo, entonces, enfermarse en mayo de 2020 y ser uno de los primeros casos conocidos en una ciudad que contagiarse en el verano de 2021. Una cantidad complejísima y abrumante de cosas son tan distintas entre esos dos momentos que hacen que el tiempo en el que uno se enferma sea tan importante. En ese lapso que nos parece tan largo y fastidioso porque estamos metidos en esto pasamos de conocer muy poco de un virus hasta tener con más de tres vacunas para plantarle cara. Los hospitales se saturaron, mientras un montón de otros sitios se convirtieron en lo más parecido a hospitales, para luego vaciarse y volverse a llenar.
Cómo no sorprenderse de la naturalidad con la que hablamos de qué vacuna nos tocó, como si fuese qué marca de granola le ponemos a la leche. Cientos de miles de casos han demostrado que no es lo mismo enfermarse sin vacuna que sufrir el infortunio del contagio con una, dos o hasta tres dosis de esa sustancia fría que nos hace sentir menos desamparados. ¿Tantas cosas y personas han pasado por las pantallas de nuestros teléfonos y computadoras que se nos olvida ya cuando hubo quienes lucraron con la falta de tanques de oxígeno? Aunque el tiempo es un invento humano, y nadie en su sano juicio ha visto una línea brillante de segundos y minutos que se suceden uno al otro, el tiempo importa más que muchas otras cosas en estos días.
Me sabe mal leer más que nunca tantos casos de amigos y familia que sintieron que pasaron la navidad en una especie de prisión confinada. Con una piyama como uniforme y su cena en un plato desechable porque se supieron contagiados . Hasta en eso el tiempo importa un montón, ¡cómo no se enferma uno en el día del niño, cuando no hay bacalao y romeritos de por medio!
Por eso en este domingo y a esta hora del día, en estas circunstancias navideñas cargadas de buenos deseos y frases prefabricadas de unicel, pongo mucho empeño en desear tiempo para usted y todos los humanos del planeta. Tiempo como mejor le convenga, para pasar con su familia, para recuperarse de cualquier derrota, para esperar que una prueba salga negativa o positiva, según convenga, para esperar el avión donde viaja alguien muy querido cuya sonrisa está enclaustrada en un triple cubrebocas. Tiempo para que, cuando el virus nos alcance, nos pille vacunados. Para que no sea muy larga la fila de la esperanza que culmine en una vacuna, un trabajo mejor remunerado, el ingreso a una universidad antes de que terminen por desaparecerlas. Que encuentre tiempo y lo sepa usar, retorcer y atravesar con elegancia y justicia.
Van en estas frases apresuradas deseos de todo eso y uno más. Tiempo para lamernos las heridas y consolarnos mejor de nuestras derrotas. Que dure nuestro duelo lo que tenga que durar y, después, vengan días luminosos como tarde en Reforma. Tiempo para que el corazón haga lo propio, como dijo mejor que nadie Gabriel García Márquez , quien habría estado de acuerdo en que estos tiempos precisan de amor ante tanta cólera. Que nos pase como dijo el Gabo, retomo, “la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado”. Salud por ese artificio del tiempo.