<<< Con motivo de las fiestas patrias, presento una entrega de esta reflexión mexicana futurista hoy y una segunda parte el domingo 19 de septiembre>>
De un tiempo para acá se ha popularizado utilizar el quince de septiembre como pretexto de analistas de la realidad social y política para hablar del estado actual del país. Sin duda es un ejercicio necesario y en virtud de que el número de estas reflexiones hará que nadie extrañe la mía, decidí mirar para otro lado y sugerir, en vez de una pregunta sobre el México de hoy, un cuestionamiento muy abierto sobre el estado de las cosas en este territorio dentro de cincuenta años.
Semejante empresa me superaba y decidí tener una conversación por Twitter con Alberto Chimal y David Arellano sobre eso mismo: imaginar a #MéxicoEn2071. No se trata de una elección de interlocutores aleatoria. Alberto Chimal es, como afectuosamente lo describieron en alguna presentación, el Alberto Chimal de su generación. Lo mismo escribe cuentos y novelas de una profundidad que desmorona géneros y subgéneros literarios, sienta los cimientos de la tuiteratura, y se da el lujo de alimentar a miles de escritores de ejercicios para soltar la pluma e imaginar. Y acaba de escribir en el cómic Batman: el Mundo. Ahí nada más.
David Arellano es un académico fuera de serie y, a mi entender, uno de los sociólogos organizacionales más afilados de este tiempo. Ha escudriñado el andamiaje organizacional de centrales nucleares, centros de metrología y secretarías por manojos. Devorador de literatura en el sentido más amplio, tiene en su buró a Weber, Foucault, Luhman y Crozier, y se hace tiempo todavía para conducir un podcast de administración pública y estudiar el ascenso del populismo en los últimos años.
Hablamos de México en el futuro, de la ficción especulativa y el mexafuturismo. Lo que siguen son mis apuntes de esa charla. En esta entrega, el presente de México. En la del próximo domingo, el futuro.
La inequidad perenne: las idas y vueltas al futuro
En estos días, hablar de distopías es popular. El término puede pensarse como una variante de “utopía”. Se trata del ejercicio de imaginar a una sociedad en un futuro indeseable, donde la opresión, la pobreza y la deshumanización rompen la ilusión de un mañana resuelto, ideal, utópico. Es común, también en estos días, usar este filtro pesimista cuando se piensa en el futuro de muchas sociedades, la nuestra incluida. La ficción especulativa distópica, sin embargo, no es nada más un subgénero de la ficción científica (science fiction) ni una advertencia o prescripción sobre todo lo que no debe hacerse.
La manera en que se ha empaquetado pensar en el futuro como producto comercial nos fuerza a esperar de la ficción especulativa recetas o predicciones puntuales en un sentido muy estrecho más cercano, en el mejor de los casos, a Volver al futuro y al típico meme “los Simpsons predicen esto y lo otro". Imaginar a México en el futuro, en cambio, permite la posibilidad de hablar del presente utópico que siempre está un paso más allá de nosotros. Sobre esto, David recuerda la manera en que nos miramos, según Octavio Paz, como “los intrusos que han llegado a la función de la modernidad cuando las luces están a punto de apagarse”.
A pesar de esa promesa impuntual de la modernidad, los países del Sur global tienen, según Alberto, una ventaja inusitada para imaginar cualesquiera escenarios del futuro: hemos experimentado ya el reverso de la idea de progreso. De algún modo, estamos curados de espantos porque conocemos con tremendo lujo de detalle cómo se ve el suburbio de la utopía. No es de extrañarse, en un mundo tan fotografiado y donde abunda la información que el sentimiento general no solo de entender el presente sino de pensar en el futuro sea el de resignación ante problemas sociales que nos acompañarán hasta el apocalipsis.
Ante tal impresión de derrota o resignación, David piensa que el mercado responde casi automáticamente: las empresas nos venden la idea de que pueden salvarnos de nosotros mismos. Los algoritmos de las redes están diseñados para esconder debajo de la alfombra todos los episodios aburridos y nublados para construirnos una versión más entretenida de nosotros mismos. Nuestro presente -no exclusivamente el mexicano- parece ejemplificar la pesadilla de Rousseau y Weber en la que una persona es más desdichada cuanto más sabe, cuanto más racional se vuelve su pensamiento.
Claro que la resignación y la desesperanza están aderezadas en este presente por una carga fuerte de inequidad. La promesa de los viajes al espacio que se contaba tan democrática en la que solo las personas más inteligentes y capaces forman tripulaciones fascinantes se ensordece al sonido del despegue de la ambición de los millonarios de esta época. La realidad parece restregarnos en la cara que, si hay en el futuro un punto planetario de “abandonen la nave”, los boletos ya están agotados.
Pese a todo, Alberto explica que el mismo filtro pesimista con el que leemos nuestro presente y futuro mexicano parece ser una maqueta franca en la cual podamos imaginarnos de maneras tan distintas como se nos ocurra. No todo está perdido si tenemos la libertad de especular, de hacer de la literatura y cualquier otra expresión artística un laboratorio de ideas. De ahí que en estos días sean tan seductoras las historias de multiversos y realidades alternas. Si lo pensamos bien, no se trata nada más de un remanso fácil para descansar de nuestra condición presente, sino un campo de práctica del futuro al que podemos apuntar.
Se ha vuelto un lugar común en las noches de quince de septiembre tomar la posición de que hay muy poco que festejar. La pandemia y otras calamidades le darán argumentos a quienes se sientan de ese lado de la mesa. Pero todavía nos quedan un par de canciones en la rocola. El Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, explica que el desarrollo de una sociedad implica una serie de libertades: libertad para acceder a oportunidades, educación, salud, vivienda. Libertades para decidir, para asumir una posición política determinada. Quizá no sea un exceso agregar a ese conjunto la libertad de especular e imaginarnos el México que puede ser. Mientras ninguna distopía pueda quitarnos la capacidad de seguir viviendo e imaginarnos al segundo siguiente, pienso que todavía hay motivos para sentarnos juntos en la mesa. Mexafuturismo y metáforas descompuestas el próximo domingo.
@elpepesanchez