“Nuestro optimismo no está justificado, no hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar” dice un personaje de Ray Loriga en Rendición. Y no se equivoca. La guerra, que parecía tan distante, le cruza la barda del jardín. Sin agregar dramatismo, la semana pasada nuestro México se estampó con la pared de la realidad. No todo, claro. Quienes viven en municipios de ayuntamientos desvencijados o completamente absorbidos no se sorprendieron demasiado, porque para ellos es relativamente más cotidiano. Pero el resto de nosotros se rascó la cabeza esperando que las fotos y videos de Culiacán fueran parte de una pesadilla colectiva. Pero cuando despertamos, como diría Monterroso, el operativo fallido todavía estaba allí, y sus repercusiones podrían ser mucho más hondas de lo que imaginamos.
Aunque situaciones como ésta hacen imposible que miremos hacia otra parte buscando un remanso, querida ciudad, busquemos un ángulo diferente. Para tratar de desmenuzar el problema, o al menos para darnos cuenta de que cualquier solución será harto complicada. Pero tratemos. Llevan ya un tiempo los intentos por contener al crimen organizado. Sexenios con mucha más pena que gloria que le han declarado la guerra y condenaron a ciudades y comunidades enteras a ser escenarios de escaramuzas terribles. Luego los expertos -que sí hay- sugirieron que, ante grupos altamente organizados y equipados con la artillería más sofisticada que el mercado estadounidense ofrece, la estrategia bélica y frontal era una muy mala idea. La evidencia de Culiacán, por si quedaban dudas, les da la razón.
De ahí que diga que cualquier solución al problema enorme de violencia en el país sea complicada. Porque toda alternativa está condicionada por recursos limitados y temas urgentes en otras arenas de la agenda pública. Pero que no se confunda esta complejidad de empezar a trabajar en soluciones con una necesidad de admitir intercambios que no tienen sentido.
Me explico: recientemente comencé a leer en redes sociales la inconformidad creciente de vecinos de Metepec ante la decisión de convertir una parte del parque San José la Pila en un cuartel de la Guardia Nacional. Más allá de ver reducido un paseo de araucarias, en Metepec resonó hondo la lección de Culiacán: los cuarteles, que idealmente representan la presencia del Estado protegiendo un territorio- se convirtieron en puntos estratégicos y en el blanco potencial de otros grupos criminales.
Ciertamente, si el gobierno pregunta casa por casa dónde poner su cuartel, acabará por no ponerlo en ningún sitio. Pero acaso quien juzgó al parque de la Pila como el punto más estratégico en la zona para ubicar una sede de la Guardia Nacional debería considerar que la intención última de la Guardia y las corporaciones que la forman, y del gobierno es que los parques sigan siendo parques. Que la gente vuelva a salir y ocupar los espacios públicos, llenando esos huecos en los que la violencia ocupó cualquier vacío. El asunto no es si de todos modos queda un parque de buen tamaño, sino que el cuartel acabe transformando no necesariamente para bien la cotidianidad y percepción de quienes van a las escuelas a menos de medio kilómetro del parque, o quienes salen a correr en las frías mañanas de Metepec, sin más compañía que una treintena de fresnos.
La resistencia de los vecinos ha tenido lo suyo de peculiar. Ocuparon desde hace un par de semanas el parque, organizando verbenas y jornadas de limpieza. Pero el empeño en instalar el cuartel tampoco ha cedido y la tensión se tradujo en policías queriendo ingresar y vecinos impidiendo el paso. Imagínate, querida ciudad, que tengas la puntada de celebrar tu cumpleaños en plena rebambaramba. ¿Sí le puede pasar su rebanadita de pastel al visitador de Derechos Humanos?
Se le atribuye a Churchill una frase que, según se dice, pronunció cuando le propusieron recortar el presupuesto para las artes para poder financiar al ejército británico en plena guerra. La respuesta encapsulada en otra pregunta fue: ¿y entonces, para qué luchamos? Aunque se ha desmentido la autoría de Churchill sin hallar al dueño de la frase, el contenido no pierde pertinencia. ¿Cuánto ganamos al ubicar fuerzas de defensa en el corazón de nuestras ciudades? La lucha en la Pila y en tantos otros municipios mexicanos no es por un parque, sino por rescatar el tejido social tan lastimado por una guerra que no ha dado tregua. El jardín como resistencia urbana a declarar nuestro territorio completamente derrotado. Nuestro optimismo no está justificado, dice Loriga, pero qué mejor que nos encuentren vivos y de pie, como las araucarias de la Pila.
@elpepesanchez