Se suele decir que los humanos no inventamos las matemáticas sino que las descubrimos. La ciencia de contar, calcular, predecir y representar la realidad con símbolos es una abstracción que cuesta mucho asimilar. ¿Qué significa un uno y de qué modo logramos transmitir que dos círculos contiguos significan ocho hojas en una rama? Irónicamente, por más que los números sean una abstracción humana, le conferimos a las cifras el grado más alto de legitimidad y veracidad en estos tiempos. Si alguna afirmación incluye un noventa y siete por ciento nos inunda la tranquilidad de ese porcentaje en mucha mayor medida que si alguien nos dijese que tal producto es casi siempre efectivo. En estos días donde cantidades absurdamente grandes de información se asumen como el recurso más preciado y la materialización del poder, confiamos en los números aunque no podamos comprenderlos.

De ahí que, en estos tiempos de dataísmo, resulte de lo más extraño que muchos números pierdan el sentido por completo para la mayoría de nosotros. Para muestra, un puñado de cifras: poco más de trescientas veinticuatro mil personas han muerto por covid en México, el mismo espacio geográfico donde han desaparecido, de 2018 a la fecha, treinta mil seiscientas veintitrés personas, siete mil novecientas once de ellas mujeres. Claro que, cada que nos tropezamos con algunas de estas cuentas continuas negamos con la cabeza y maldecimos el tiempo que habitamos, pero el mismo efecto y la misma reacción nos produciría leer doscientas unidades más o menos en cualquiera de las cifras repetidas líneas arriba. Hemos perdido la capacidad para sorprendernos de lo que significan esas desapariciones que los números carecen de sentido y producen el mismo enojo letárgico que domina la conversación de estos días.

Claro que hay para quienes estos dígitos significan todo. No solamente las familias que perdieron integrantes por la pandemia o que siguen buscando a una parte de los suyos que no volvió nunca. Grupos organizados y no organizados de mujeres han mantenido un grito profundo y concreto en la agenda pública: no más. Aunque han logrado su cometido al mantener la conversación activa sobre este tema tan profundamente doloroso, un gran resto de nosotros sigue sin poder atenazar qué significan esas ausencias. Pienso en lo complicado que es explicarle a alguien qué significa el cero. Porque es mucho más fácil dibujar dos árboles, siete casas y nueve tortugas, porque la presencia y lo concreto son evidentes. Cuesta mucho más trabajo hablar de lo que no está y lo que no puede verse. Todavía más, las matemáticas nos muestran el cero justo así: la representación de la ausencia. Para nosotros, esa nada es el hecho absolutamente opuesto a la aparición de quien ya no está: poder contarnos juntas, vivas, presentes.

El escenario no solo es de un horror profundo sino también urgente, y las soluciones como políticas públicas para romper esa tendencia de desapariciones indignante por lo creciente e incontenible no solo son complejas sino que tomarán tiempo en surtir efectos. Dentro del pasmo de detenernos un momento a pensar en esas pérdidas irreparables acaso podemos volver a sorprendernos y desnormalizar la violencia y la ausencia. Casi ocho mil mujeres desaparecidas en unos años significa casi llenar el Auditorio Nacional y desaparecer por completo a su audiencia. Pienso en un cero del tamaño de ese coloso de piedra lleno de gente que es lo más importante del mundo para mucha otra gente.

Cuesta tanto trabajo calentar la frialdad de las cifras crecientes y volver a hacer que tengan significado para todos como una sociedad que se desbarata en la nada todos los días. Los números tienen esa precisión elegante donde no les cabe nada más, pero detrás de las cifras de ausencia empieza el verdadero hueco que dejan quienes ya no están. No se trata de abandonarnos al desconsuelo ni abrazar el masoquismo, sino entender de qué tamaño es cada uno de esos números que aumentan como si no supieran hacer otra cosa.

Hace algunos años, Israel Ramírez del Belafonte Sensacional compuso una canción para reconfortar a quienes no volvieron a ver a los cuarenta y tres de Ayotzinapa. Como toda buena canción, el mensaje no caduca y abarca ausencias en otros tiempos y de otra naturaleza. Le bastan unos versos para hacernos sentir el hueco de quienes no han vuelto: “Te estamos esperando en casa. Te estamos esperando acá.

Hay un partido en la cancha, Que nos falta un jugador. Hay una milpa en el campo, Hay que hacerla florecer. Hay un silencio en el patio. En donde quiero verte aparecer”. Incluso empeñándose en entender el tamaño de todo esto, hay ausencias y pérdidas a las que nunca se les encuentra solución, como esos problemas que no hemos sabido resolver.

@elpepesanchez

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