Indefectiblemente, el mundo está cambiando. No es que antes estuviese quieto, pero la realidad en nuestra ventana física y también en todas las digitales nos restriega días convulsos y agitados. En el relativo encierro, se ha vuelto un pasatiempo tratar de adivinar el futuro. Desde el día en que va a volver a abrir la taquería autoridad en la colonia hasta la forma en que el sistema neoliberal se desmoronará por completo y el monstruo que habrá venir después.
Hay también humanos que prefieren el orden hasta en el caos más posmoderno. Reprochan a los dioses que manden crisis sanitarias, económicas y sociales todas juntas. Les vendría mejor poder agendar a cada jinete apocalíptico uno en martes y otro en domingo, como se apunta uno con tiempo a la visita del dentista. Podríamos hacer olimpiadas del deporte de hacer memes de nuestro infortunio y predecir el nublado o utópico futuro. Porque esta vez no es a la vez y no un asunto local. Si algo está pasando, nos está pasando a todos. Hay algo de irónico en estos días en que podemos enterarnos de todo y, pese a ello, nos es prácticamente imposible entender que otros viven vidas diferentes a las nuestras, perciben y sortean problemas distintos, aunque vivimos en las mismas ciudades.
En las pláticas virtuales, no es raro escuchar que pandemias como la que nos asedia son tan potentes que nos afectan a todos sin preguntar código postal y estrato socioeconómico. Cierto es que estos días son complejos para todos, pero es infinitamente ingenuo pensar que las crisis actuales nos afectan parejo.
La desigualdad en México es sistémica y normal en proporciones desorbitadas. ¿Se acuerda de la película Roma, tan celebrada y criticada por igual hace poco tiempo? Su apreciación fue muy distinta dentro del país. Había quienes encontraban en ella una historia costumbrista y lenta de un México no muy lejano. Un retrato costumbrista, en efecto, porque en estos días sigue siendo normal que una familia tenga manera de pagarle a una persona “de planta” para hacer tareas de lo más diverso sin el más diminuto post-it de contrato ni negociación de prestaciones. ¿No le parece raro que en otros países no sea tan común poder controlar la vida de una persona al grado de poseer su tiempo de manera permanente? Por eso nos produce un choque extraordinario la pandemia que nos azota. ¡Nos quedamos sin trabajadoras domésticas! Quién iba a pensar que la vida se escurre lavando platos en el fregadero. Y encima hay que pagarles aunque no vengan ni un día de la semana.
Hacer que la desigualdad llegue también al tope de la curva y comienza su estrepitoso camino hacia cero es harto complicado. El problema de los sistemas, aunque esto le suene a que tiene delante a Morfeo hablándole de un error en la Mátrix, es que cuesta mucho trabajo darse cuenta de que las cosas pueden ser diferentes, y de que en este momento ya son diferentes en sentido negativo para otros.
Comenzar a entende que otras personas viven realidades muy distintas a la nuestra tiene lo suyo de difícil pero se puede. Roma producía vértigo en algunos espectadores porque mostraba con una belleza simple que las trabajadoras del hogar tienen también problemas, sentimientos, preocupaciones, vida propia. Nos ponemos nuestro traje activista y gritamos en las redes contra la injusticia pero, cuando tenemos manera de emparejar la cancha aunque sea un poquito, prendemos con frenesí la pantalla del teléfono para no vernos la cara frente al espejo negro.
México dio un paso fundamental hace algún tiempo, creando el camino institucional para que trabajadoras y trabajadores del hogar puedan acceder a seguridad social. Implica, desde luego, la hazaña de hacer que quienes pagan sus servicios se asuman como contratantes de un servicio que implica derechos y obligaciones. Como le sugería al inicio, esta pandemia afecta distinto a unos y a otros. ¿Ha hecho alguna vez la cuenta de cuántos hogares conoce donde labora una trabajadora o trabajador del hogar? Multiplíquelo por el número de integrantes de las familias de todas y todos ellos. De ese tamaño es la crisis que conlleva la cuarentena. Recientemente fue lanzada la campaña #CuidaAQuienTeCuida , enfocada en hacer visible que las trabajadoras del hogar viven al día, que evidentemente no pueden hacer home office y no pueden darse el lujo de acabarse la alacena hasta que todo pase. Son tiempos ingratos para todos, pero si antes tuvimos los recursos para pagar sus servicios, probablemente podamos seguir pagándolos este tiempo, aunque no vengan a nuestra casa por un tiempo.
Momentos álgidos como éstos pueden ser abrumantes para cualquiera. Comenzar a solucionar nuestros problemas en el mundo toma tiempo y es un proceso complejo. Pero hay cosas concretas, efectivas y correctas que podemos hacer aquí, encerrados. Sólo así se empieza a desdibujar un sistema con el que nadie soñó.
@elpepesanchez