A diferencia de otras creaciones humanas, el lenguaje cambia y responde a la evolución misma de sus hablantes. Es en esos términos cuando cobra sentido la idea de lenguas vivas o muertas: una vez que un lenguaje se queda quieto, como dice Drexler, se muere. Mientras se mueva, por natural oposición, le será imposible mantenerse inmutable y ser por siempre el mismo. Desde hace algún tiempo ha venido calentándose la discusión sobre la validez del lenguaje inclusivo. Como buenos humanos, creemos que se trata de un conflicto endémico del español, pero otros idiomas parientes andan en las mismas rebambarambas. Incluso el inglés, con su presumible pragmatismo, atraviesa estas transformaciones: aunque el pronombre “you” es de género neutro, algunas iniciativas promueven que otras palabras también busquen esa neutralidad, como sustituir congressman (hombre congresista) por congressperson (persona congresista).

Esta semana, el video donde Andra exige ser llamado compañere se viralizó y, con ello, levantó las peores muestras de intolerancia y, de paso, una confusión tremenda entre causas distintas que promueven la inclusión de nuevos términos al español cotidiano. La Real Academia Española (RAE) explica que el uso de la terminación “e” como marca de género inclusivo es ajeno al español e innecesario porque palabras en masculino gramatical como “compañeros” ya son inclusivos. Aunque la idea de que las palabras en masculino portan o incluyen también al término femenino se gestó en tiempos donde la imposición del hombre sobre la mujer era natural y aceptada, pienso que la RAE se equivoca y muestra lo difícil que le resulta caminar al paso que el español lo hace en estos tiempos de transición.

Como sucede frecuentemente en una marcha, algunos colectivos tienen causas que parecen similares pero que no lo son en realidad. Dado que se asume que hay una masa uniforme protestando, es común que equivocadamente se simplifique la realidad metiendo a todo el mundo en el mismo cajón. Sin embargo, el suceso en la clase virtual de Andra y la explicación de la RAE pertenecen a debates sobre la transformación lingüística por distintas razones. La RAE parece remontarse en un macho (¡vaya frase!) sobre las palabras en masculino como vehículo que incluye a hombres y mujeres por igual. Hay quienes proponen que el lenguaje se transforme de modo que muestre que ese tiempo donde el hombre naturalmente se posaba -en sentidos figurado y literal- sobre la mujer ya caducaron. Proponen palabras que incluyen arrobas (@) o vocales como “e” para reivindicar su neutralidad e incluir morfológica y simbólicamente a mujeres y hombres por igual.

Quienes retuitean con exasperación esta explicación de la RAE para criticar el caso de Andra se equivocan porque el reclamo de Andra y muchas otras personas apunta hacia la transformación del lenguaje pero no en un sentido de equidad entre hombres y mujeres. La idea de la “e” que le resulta tan discordante a mucha gente busca que en el lenguaje -y, por consiguiente, en la manera en que entendemos la realidad misma- quepan más que mujeres y hombres. Se trata de una causa que busca romper con la clasificación dicotómica que solo admite nombrar a una persona mujer u hombre. En ese sentido, aunque la academia y la montaña de indignados con este suceso se empeñen en explicar con obstinación que el español ya es inclusivo y tiene una palabra donde caben mujeres y hombres, el meollo del asunto que visibiliza el caso de Andra va por otro lado.

Uno puede apoyar a la RAE y defender con nostalgia que el español tiene reglas que no tienen por qué cambiar dado que un grupo de humanos iguales a nosotros las escribieron hace tiempo.

Por el contrario, puede uno criticar a la RAE porque esas reglas del uso correcto del español se escribieron en tiempos donde el rol de la mujer era limitado y donde nadie se preguntaba si estaba bien decir “científica” porque no se les permitía a las mujeres convertirse en científicas. Pero en el ímpetu de subirnos al tren del meme en esta discusión confundimos la gimnasia con la magnesia. Uno puede odiar el uso de la letra e y argumentar que el masculino ya incluye a todo el mundo, o estar en completo desacuerdo y partir la jerarquía patriarcal que remata casi todos los oficios y profesiones con una “o” anacrónica. Pero el caso de Andra apunta en otra dirección. Una que no está centrada en la horizontalidad de la mujer y el hombre en el lenguaje, sino en la ruptura de la idea binaria de que una persona puede ser solo de un género o su contrario.

Confundidos o no, como suele pasar en estas discusiones desinformadas, sacamos a relucir lo peor de nosotros mismos. Así como el lenguaje es el reflejo de sus hablantes, nuestras reacciones ante sucesos que no acabamos de comprender pero de los que hay que opinar algo rapidísimo es un reflejo de nuestra mezquindad. Una gran parte de las reacciones a la cobertura del caso de Andra van de la burla y el desprecio hasta la violencia explícita y libre de culpas que parecen conferirles las redes sociales.

El español que hablamos es una invención vieja que vamos cambiando a punta de discusiones. Me queda la idea de vivimos en tiempos iracundos e intolerantes y el español de nuestros días que se usa con la furia con la que se imprime en las redes es reflejo de ello. Mauricio Díaz “Hueso” compuso una canción bellísima en la que juega con mucho ingenio, amor y cuidado con la palabra Isela. Uno de sus versos pregona “hice la palabra rendirse a tu paso” y pienso que no sale tan caro rendir nuestras palabras en nombre de la gente que queremos.

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