Muy poca gente lee una tesis. No es un secreto. Hay decenas de miles de ejemplares en bibliotecas de todo el mundo que duermen el sueño del olvido. Salvo algunas excepciones, se trata casi de una regla general imprimir y empastar un manuscrito que nadie va a leer. Quizá convendría no nada más desempolvar y pasar la lupa una pila de tesis en busca de plagio sino también revisitar el concepto mismo de una tesis y su utilidad. ¿Dónde se nos desvió la idea producir un trabajo que empuje los límites de la ciencia y avance nuestro conocimiento sobre algo en particular? Claro que dirigir un montón de investigaciones científicas y llevarlas a buen puerto -al menos al puerto de la originalidad- es un poco más complicado si uno inunda los escritorios con oleadas de papeles.
Pese a todo y, como siempre, el mundo ya nos rebasó inmisericorde en esa discusión también. Se discute en universidades de todo el mundo sin llegar a una conclusión precisa si debe prohibirse, regularse o alentarse el uso de inteligencias artificiales para producir o coproducir revisiones bibliográficas, reportes, ensayos, códigos de programación y algoritmos. Hemos tardado mucho en reconocer que no es nada difícil producir un texto cuyo rastro de su origen en una inteligencia artificial sea casi imposible de detectar. Cierto es que los Grandes Modelos de Lenguaje como ChatGPT, aunque muy potentes, todavía muestran sus costuras, pero basta una serie de idas y vueltas y una manita de gato para que no quepa sospecha de que hubo mano humana en un manuscrito.
El asunto es bastante más complejo que pedirle a una computadora que haga tu tarea de matemáticas. En febrero de este año, la revista de ficción científica y fantasía Clarkesworld decidió cerrar por completo la recepción de textos para publicar tras ver su buzón inundarse alocadamente por historias generadas por inteligencias artificiales. El año pasado, una ilustración hecha por la inteligencia artificial MidJourney ganó el primer lugar en la Feria Estatal de Colorado. Y hace apenas unos días el autor de la saga de libros Juego de Tronos, George R.R. Martin, junto con una docena de escritoras más iniciaron una demanda en contra de OpenAI, la empresa detrás del famoso ChatGPT. Su argumento es que esta inteligencia artificial pone en peligro el modo de vida de miles de autoras al copiar historias originales y crear en un santiamén historias poco originales y muy derivativas de obras humanas ya publicadas.
Para no llegar tarde a la conversación, no está de más asomarse y tener una experiencia personalísima para que, al menos, no le cuenten a uno. Y menos le cuenten una historia derivativa hecha en algún callejón de chat. Estamos justo en la línea de transición donde no se sabe si el furor por las inteligencias artificiales se amainará y no pasará de ahí o si generan una revolución en la producción de texto, sonido, video e ideas. Imagino que alguna vez se discutió de manera similar hasta qué grado la adopción de calculadoras en la vida cotidiana significaría el fin de la racionalidad humana. La única diferencia es que las calculadoras científicas con tapita removible no eran capaces de escribir la precuela del primer libro de Juego de Tronos.
Pero con calma y nos amanecemos, dice el refrán humano y seguramente también lo dicen las inteligencias artificiales, porque es un dicho de una belleza simple. Lo que puedo decir de mi experiencia platicando con el robot que es ChatGPT es a veces decepcionante y otras más interesante. No es un virus, tampoco toma el control de nuestros electrodomésticos y nos amenaza desde el microondas. A veces dice cosas raras pero de ningún modo es un robot satánico. Para muestra, un botón. Pues sí. Basta con buscar en el navegador ChatGPT, abrir una cuenta en un minuto y empezar a alimentar al Modelo de
Lenguaje más célebre del momento. Sólo para ser muy conscientes de la coyuntura y hasta que nos pongamos de acuerdo sobre la autoría del contenido de inteligencias artificiales, ponle la cita correspondiente hasta a la más miserable oración que te encuentres. Aunque se lean muy poco, hay textos que tienen sus maneras, sus modales y sus reglas.