Teóricamente, las políticas públicas atraviesan un proceso que va desde la identificación de un problema hasta la evaluación de las acciones que un gobierno puso en marcha para atenderlo. Se suele pensar en este proceso como uno racional en el que se estudia todo lo que se conoce del problema, se plantean distintas soluciones que consideran, en parte, cómo otros gobiernos atienden estos problemas y se decide un curso de acción. Pasado un tiempo, la política se evalúa para conocer qué tan efectiva fue la solución elegida. Suena muy lógico, querida ciudad, aunque en práctica es bastante más complejo que en la letra.
Evaluar es complicado por distintas razones. La primera de ellas tiene que ver con la medición misma. ¿Cómo sabemos que la política que diseñamos fue exitosa? Si echamos a andar un programa de mejora educativa, ¿podemos asegurar que la política funcionó si los profesores están más capacitados o si los estudiantes alcanzaron mejores calificaciones en los exámenes de Matemáticas? ¿Qué es la mejora educativa? ¿Tiene que ver con mejores y más bonitos libros de texto o con la selección de contenido en las clases? Distinguir entre el resultado de una política -la certificación de un maestro o la calificación de Matemáticas- y su impacto -una mejoría sustantiva en el nivel de educación de los estudiantes- es harto difícil. Pero se le puede, ciudad. Se le encuentra la manera.
Aprovechemos como ejemplo la recién terminada Feria Internacional de Libro Infantil y Juvenil (FILIJ), que regresó al Centro Nacional de las Artes (CENART) ante mucha expectativa y buena carga de incertidumbre por cambios drásticos en la mecánica de la propia feria. En principio, se trata de la misma feria, bajo el mismo nombre y con la misma idea principal: crear un espacio donde lectores -especialmente niños y adolescentes- se encuentren con historias y sus creadores.
Pero algunas decisiones fueron distintas, volviendo a nuestra discusión de acciones públicas. Buena parte del equipo que trabajó en la producción de la FILIJ anteriormente fue remplazada por nuevos colaboradores. Pese a que años pasados demostraron que el CENART estaba rebasado en capacidad para una feria tan atiborrada, se decidió dejar el Parque Bicentenario por razones presupuestales.
Tratemos -aunque el intento sólo quede en esta nota- de evitar la polarización tan común en estos días y, francamente, tan inútil. Pensemos en la evaluación como parte del proceso racional, no como la crítica desbocada a todo lo que toca este nuevo gobierno ni como la defensa monolítica de quienes ven a la opinión constructiva como una traición severísima a los aires de cambio. Simple y a trazos gruesos, pensemos en el impacto de la FILIJ.
Hubo feria. Vamos pianito, desde lo más sencillo. No hubo calamidades que lamentar en términos de protección civil, como algunos anticiparon ante la vuelta a un foro de menor capacidad. Las editoriales se plantaron con sus colecciones y encontraron lectores dispuestos a dejarse encantar. Todavía más, se redujo el costo de la Feria considerablemente e incluso se echó mano de economías de escala para hacer una feria espejo más pequeña en Mérida, aprovechando el viaje de escritores de lugares distantes.
¿Qué tendríamos que evaluar de la FILIJ? Seamos un poco más responsables y no nos quedemos en el asunto de aquel arco mal instalado que, afortunadamente, no cayó encima de persona alguna. La más reciente FILIJ no fue el desastre que algunos pesimistas vaticinaron ni tampoco la fiesta grande que hacía de la FILIJ una feria con F mayúscula. Nos quedamos en medio. ¿Eso está mal, considerando los ahorros? No necesariamente, pero tampoco es motivo de olvidarnos de la evaluación y apagar la luz hasta el otro año.
Se discute en estos días qué tan distinta fue la FILIJ comparada con ediciones anteriores. Algunas editoriales han manifestado que las ventas fueron menores que en años pasados. Producto de una distribución espacial menos atractiva y amigable para los lectores, de la falta de un mapa y un programa de actividades, puede ser. El director del Fondo de Cultura Económica lo piensa desde una perspectiva distinta. Se redujo el costo de los libros, y aunque parezca que se vendió menos en términos monetarios, probablemente se hayan vendido más libros a un precio más atractivo. ¿Te das cuenta, ciudad, cómo los dos bandos que parecen irreconciliables pueden tener la razón al mismo tiempo?
Pero la evaluación de políticas, como te decía, es un asunto complejo. Medir el éxito de la feria en términos monetarios es muy sencillo. Basta con hacerse una hoja de cálculo y pedirle a la computadora que nos sume pesos y centavos. Y ya, abrimos el archivo del año pasado y declaramos si huno más éxito financiero o no. Aunque clara, esta dimensión de evaluar los resultados apenas lidia con uno de los actores interesados: los libreros. Claro que ellos miden el éxito de la feria en términos de ventas.
Habrá que preguntarse cuál era el objetivo fundamental de la FILIJ. Desde luego que no podemos pensar que su misión en la vida es hacerle un agosto a las editoriales. El espíritu de la Feria es mucho más difícil de medir, más ambicioso, pero también mucho más loable. La FILIJ se pensó como un esfuerzo colectivo por crear un remanso en una ciudad tan acostumbrada a la violencia y tan apartada de la cultura y el entretenimiento para todos. El objetivo es fomentar la lectura, crear lectores, motivar a quienes ya leen. Enamorar a los que ven en los libros objetos inanimados y rancios. Poner el acento fuerte y alegremente en la literatura infantil y juvenil mexicana. Mostar a su ciudad y al mundo que en México se escribe mucho y se escribe bien. Que la literatura infantil y juvenil es divertida, pero no es un juego. Que sus obras son tan grandes y profesionales como la literatura a secas. ¿Cuándo va a salir de la Ciudad de México nuestra J.K. Rowling si no apostamos por las historias, escritores y lectores de acá? Esto no es un nacionalismo chafa y acartonado. Es una evaluación de políticas, no nos salgamos de foco.
¿Cómo se mide el fomento a la lectura? ¿De qué modo evaluamos si los niños son más felices después de haber estado en la FILIJ, más imaginativos, más libres? Atacar o defender a esta pasada feria usando las ventas de libros como argumentos es una necedad que olvida por qué nos importa tanto la FILIJ. Hubo feria, y se dieron cita lectores, libros y escritores. Nos va a tomar un tiempo descifrar si las diferencias entre ediciones anteriores y la más reciente se traducen en diferencias en el hábito de la lectura y en la promoción de la literatura infantil y juvenil mexicana.
Pero hay cosas que, en el espíritu de evaluación, sí podemos determinar con más certeza. Este llamado a abandonar la polarización aplica para ciudadanos y funcionarios. A nadie le hace bien el radicalismo que defiende o ataca a ultranza las decisiones en esta última Feria. Espero, en cambio, que quienes la organizaron se tomen el tiempo para preguntarse qué pudo ser mejor. No sólo eso. Que abandonen la actitud de revanchismo que no pueden ocultar y se pregunten qué se hacía bien en el pasado. Identificar con madurez lo que sí hacía efectivamente una política no es volver el tiempo atrás, ni colgarle medallas a viejas administraciones. Evaluar es tomar un lápiz y subrayar lo que funcionaba, y conservarlo. Sin colores ni partidos, sin llamados a la polarización.
Hay una falsa disyuntiva con la que se mira el ejercicio público en estos días. ¿Usted está de acuerdo en evitar el derroche de recursos públicos? Yo también. Pero parte de usar mejor los recursos insuficientes es aprender de lo que sí se hacía bien en el pasado, y mejorar lo que era perfectible. Eso es transformar y no otros cuentos.