Puede que a usted no le guste el futbol. Todavía más, es probable que le guste pero no tenga registrado el complejo andamiaje de torneos, ligas, federaciones y grupos de clubes que dictan las reglas de quiénes juegan y quiénes ganan jugando futbol. Sin embargo, conviene fijar la vista un momento en el escándalo que provocó la noticia de una Súper liga que concentraría a algunos de los equipos más célebres del mundo y de la manera tan agresiva en que esa chispa de rebelión se apagó. Resulta interesante porque no tiene nada que ver con el futbol y pero dice mucho sobre el poder en estos tiempos.

La historia está llena de giros de tuerca inesperados, llamadas en coches de lujo, cabezas rodando -metafóricamente, hasta donde sabemos- y una montaña de ambición del tamaño de la fortuna que apelmazan los clubes más exitosos del mundo. Pero podemos resumirla en un plumazo: un grupo de equipos consideró que la Champions League (mejor conocida como “lachampions”, para muchos aficionados en México) no era un negocio muy redituable, dado que eran ellos como equipos célebres quienes llenaban los estadios y enganchaban televidentes, mientras que el resto de los equipos se colgaban mezquinamente de su fama. Decidieron, entonces, hacer un club selecto de equipos populares y jugar entre ellos nada más.

Algunos clubes de futbol de esa docena que formaría la Súper Liga tenían en mente no abandonar torneos regionales ni sus ligas locales. Tampoco era para tanto. Bien podían tener lo mejor de los dos mundos. Pero a la FIFA -que es como el ojo de Saurón de nuestros días- estos sueños independentistas no le hicieron ninguna gracia. No pasó mucho tiempo para que la iniciativa de la Súper Liga se viera batida a zapes por medios de comunicación, dueños de otros equipos, jugadores activos y retirados, y un montón de aficionados. La razón del descontento era muy clara: hacer un grupo selecto de clubes ultra exitosos rompe con la idea del futbol como un fenómeno casi democrático donde equipos pequeños pueden compartir la cancha con escuadras millonarias y potentes.

Aunque hay mucha razón en ese argumento de la equidad y el espíritu de justicia en el futbol, quitémonos la máscara de ingenuos un momento y recordemos quién orquestó la respuesta a la iniciativa del a Súper Liga: La FIFA. Esa asociación transnacional que ha sido acusada de opacidad y cuyos líderes han sido investigados por fraude, cohecho y lavado de dinero. Cuando uno hace un lado la paja y entiende quiénes se vieron las caras en el escándalo de la Súper Liga, se da cuenta de que aquí no hay rudos y técnicos: la docena de equipos que fraguó la Súper Liga buscaba concentrar todavía más dinero haciendo un torneo exclusivo y elitista. Del otro lado, la FIFA amenazó con excomulgar de la Copa del Mundo a los países que se afiliaran a la Súper Liga, temerosa de perder una cantidad de dinero que difícilmente podríamos dimensionar.

Lo que menos importa en esta faena de secrecía y traición, insisto, es el futbol. La moraleja de esta historia es el poder concentrado en organizaciones y redes privadas sin una gota de rendición de cuentas sobre sus acciones. La FIFA logró lo que no pudo hacer la Unión Europea frente al BrExit: apagar un intento de resquebrajamiento y mantener a sus miembros quietos. Claro que es un acierto digno de estudio, pero también habla de la cantidad de poder que la FIFA tuvo para destruir un intento de insurgencia en cuestión de horas, movilizando medios de comunicación, líderes de opinión, políticos europeos, leyendas del futbol y miles de aficionados.

En estos días en que comenzamos a hacernos preguntas de qué tan buena idea es que una red social privada tenga la capacidad de apagar la voz virtual del entonces presidente del país más poderoso del mundo, vale la pena hacernos una nota mental de que la tiranía no es exclusiva de los partidos políticos o los gobiernos. En esta época, donde compañías del mundo digital crean políticas aplicables a sus negocios que se convierten en políticas públicas que afectan a millones de personas no afiliadas a su organización debido a su omnipresencia en la vida económica y política de ciudades y países enteros, más vale entender que hasta la convicción más pura de ver un buen partido de futbol puede convertirse en una maraña de intereses que trastocan la economía y dinámica social del mundo.

La crónica de una muerte anunciada que fue la Súper Liga no sólo exhibe las costuras de la ambición infinita de un puñado de humanos. También deja sobre la cancha un zarpazo tamaño dinosauro que da cuenta del tamaño del monstruo que puede ser cualquier organización que concentra poder por años en una profunda opacidad.


@elpepesanchez

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