Hace algunos años, la banda catalana Hidrogenesse estrenó la canción “Historia del mundo contada por las computadoras”. Se trata de un cuento delirante que inicia con la Revolución Industrial y acaba de manera suprema con la computadora que ha narrado toda la historia explicando que, como humanidad, llevaremos las máquinas hacia la nada, donde las líneas paralelas se encuentran. Recientemente, me ha dado por recordar esos versos y se me antojan un reflejo claro del tiempo en que vivimos. Cada año se lanza una docena de modelos nuevos de teléfonos, computadoras, televisiones. Todos muy brillantes y sofisticados. Todos cobijados de campañas millonarias de bombos y platillos. Aparatos que, sin duda, tienen la tecnología más avanzada y que, en términos reales, hacen exactamente lo mismo que los modelos que los precedieron.

No hace mucho leí algo sobre esto. Nuestros desarrollos más recientes en tecnología son pantallas ligeramente más nítidas, cámaras ligeramente más potentes, computadoras cuyo mayor rendimiento pasa inadvertido para la mayoría de nosotros. Parece que hemos llegado al borde de la capacidad de estos aparatos. No podemos hacer que hagan más de lo muchísimo que pueden hacer ya. Tal vez no pase tanto tiempo antes de que algún aparato cuyo nombre desconocemos ahora destrone al teléfono inteligente, pero ese tiempo no es hoy. En este presente, las líneas paralelas del umbral tecnológico, al menos en esos aparatos cotidianos, se encuentran a nuestro alcance, no hay cambios drásticos como los hubo hace algunos años. Y eso está muy bien, no quisiera que este pensamiento se mal entienda como un reproche pesimista.

Qué bueno que los teléfonos son tan inteligentes como pudimos hacerlos, y que cada vez cueste más convencernos de que tenemos que comprar el modelo siguiente. La edad de la ira y la información en la que vivimos nos ha acostumbrado a que la única manera de que la realidad nos sorprenda es haciendo algo cada vez más rápido, más estridente, más ligero y grande. Este juicio no se limita al consumo de objetos electrónicos. El incidente tristemente popular de los premios Oscar es un ejemplo de un tiempo de ánimos exacerbados y una necesidad imperiosa de querer más. Toda manifestación de violencia es vergonzosa, pero en el ruido se deja de lado el detonante de una reacción tan radical y desmedida. Un actor golpeando al presentador por una broma sobre una condición clínica de una actriz presente. Claro que el humor es parte necesaria de nuestra naturaleza humana, y es también cierto que el mejor humor logra hacer una crítica aguda de la realidad de modo tal que provoca risa nuestra propia condición humana. El humor de más baja inteligencia se aprovecha de condiciones individuales y las magnifica, alejándose profundamente del difícil arte de hacer reír sin humillar a los demás.

El incidente no es un hecho aislado de un presentador que no calibró la acidez de sus bromas, pienso. Es un reflejo de la insaciabilidad que padecemos en estos días. Tenemos al alcance pantallas que nos muestran lo que pasa en todo el mundo en tiempo real. Y tanta información tan veloz y nítida acaba por empañar nuestro asombro de modo tal que necesitamos algo más estridente, más ruidoso, más fuera de serie para salir del aburrimiento de nuestra monotonía tapizada excesivamente con información inútil. De ahí que le exigimos cada vez más cámaras al siguiente modelo de teléfono, más efectos especiales a la siguiente película, más acrobacias a la siguiente gimnasta, más escándalo a los productos mediáticos que consumimos. La realidad es tan desmedida que necesitamos que el entretenimiento llegue más lejos, así sea a ningún lado productivo. Así atropelle en el camino a quienes estorban en esa búsqueda incesante de lo viral. La culpa no es de un presentador ni de un teléfono inteligente. Acaso estemos tan hundidos en el fango de la inmediatez que no nos da tiempo de repensar qué queremos de una máquina inteligente y qué nos hace reír en estos tiempos. Un viejo dicho asegura que uno es tan inteligente como las bromas que le provocan risa. Tal vez sea exagerado, pero hay una ligera probabilidad de que, en algún tiempo, una humana y una androide miren nuestro presente con cierta ternura y desaprobación. También puede que me equivoque y no hayamos llegado todavía al final de la canción de Hidrogenesse, en el largo camino hacia la nada.

@elpepesanchez

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