En Palacio Nacional hay un montón de gatos. Nadie sabe bien de dónde vinieron pero, refugiados del barullo del centro, recuestan sus formas alargadas en esos jardines rodeados de oficinas. En días aún más raros como éstos, donde el petróleo se cotiza en números rojos, no es de extrañarse que uno de esos felinos se cruce con el presidente y hasta cruce palabra:

Buena tarde, vecino. Le parecerá un poco ingrato que me le acerque tan en confianza, pero al fin y al cabo comparte morada conmigo y los muchachos. Y usted puede pensar, probablemente, qué va a saber este gato del mundo. Pero ese juicio vendrá, irremediablemente, después de que haya escuchado esta humildísima opinión.

Me apena comunicárselo, no crea que me complace su desgracia ni la de esta administración. Todavía menos encuentro alegría en el infortunio de México. Pero las malas noticias, cuando se ignoran, son doblemente malas. Ese tren, Señor presidente, ése que iba a atravesar los esteros mayas y destronar al neoliberalismo, ya se fue. Puede bajar esa maleta. En verdad, tiene poquito que se fue. No, en serio que incluso si toma un bicitaxi ya no lo alcanza.

Dejemos para otra tarde la discusión de qué tanto nos hacía falta el tren, de cuántos árboles se comprometieron, y de cómo habría de cambiar para bien o para mal la vida de humanos y colegas de especies varias. Sí, señor, también esos otros proyectos. Allá van, junto con el estadio. Qué mal tino, acierta usted, que al mundo le de por ponerse en cuarentena y crisis de alarido justo cuando, después de largo rato -soy testigo de ese tiempo-, le toca jugar de capitán.

Ya sé, nadie lo vio venir. Yo también me fui con esa finta, de que no pasaba de China. Que a lo mejor eran unos días de quedarse en casa, como en la gripe porcina. Pero, pues es un virus ¿verdad? Sí, ya estábamos acá en 2009. Sobra que lo diga, pero esta vez el panorama es enteramente distinto. ¿Se acuerda cuando discutían lo del concierto aquél? Parece que fue en otro milenio, y apenas ha pasado un mes. El asunto es que, intempestiva o en cámara lenta, tenemos la crisis aquí, apenas atravesando estos arcos.

México, y casi todo el resto del mundo, se juega una partida crucial. No es por ponerlo tenso, yo sé que uno viene a los jardines a relajarse, pero la vida de millones de mexicanos depende, en el corto y largo plazo, de las jugadas que se planteen en estos días. Y vaya plaza que le vino a tocar a usted y a cualquier otro capitán de todas latitudes. Lo cierto es que hay partidos, usted lo sabe bien, que se ganan con un montón de garra, con simbolismo. Primero en el vestidor y en el discurso. O estrategias como las de esos boxeadores que van cortos de técnica pero sobrados de resistencia, correosos y obstinados.

Le aseguro que éste no es uno de esos juegos. Más bien parece uno de esos partidos en donde nos llueven goles como en octubre y lo que uno busca es echar el camión atrás y perder con la mayor dignidad posible.

Perdone la retórica futbolera. Yo sé que usted simpatiza más con el diamante, el infield y el montículo. Siéntese, con confianza. Qué voy a ser yo fifí o neoliberal. Estos gatos acordamos residir aquí sin militancia. Por eso aprovecho que nos cruzamos casi por error. Para que vea que no tengo línea ni encomienda. A mí también me sabe mal quien festeja la desgracia, por mucho que, a su torcido modo, les dé la razón. Como si eso sirviera de algo. Pero, más allá de los bandos que usted ve, de los intereses muy arraigados de cúpulas, grupos y grupúsculos, la noche no está como para seguir enmendando primeras planas, corrigiendo a discrepantes. Y menos todavía para pensar que podemos ponernos arriba en el marcador con las mismas ideas y estrategias que se pensaron allá, en el remotísimo año pasado.

El mundo cambió, o está cambiando en direcciones relativamente imprevisibles. A ese mundo nuevo le interesa muy poco la batalla contra el neoliberalismo porque más le vale ocuparse de salvar a su gente en los hospitales y en los negocios con el agua al cuello. Hacia donde mire, encontrará respuestas desesperadas por apuntalar la muy frágil economía de las naciones. No para que los ricos no sientan fiebre, sino para que no se venga todavía más el mundo encima de los pobres.

Quién sabe si ese tren nos hubiese llevado al bienestar. No tengo la más pintoresca idea si construir una refinería en este siglo sea un disparate o una necesidad. Pero ya sólo quedamos nosotros aquí, Señor Presidente. Ya no estamos para esas preguntas, sino para poner las canicas que nos quedan en salvar a México, como usted siempre ha querido. Nadie le va a recriminar que se utilice el dinero del tren en paquetes agresivos de apoyo sólido a comerciantes informales, dueños de negocios, empleados, jefes y jefas de familia y a empresas que, a su vez, activan a todos los anteriores. Nadie va a quitar su estampa del coche, ni tacharlo de neoliberal si deja para luego esos otros proyectos y le inyecta lo que nos queda de mermelada a la economía sobreviviente, a los hospitales y a la cultura, viva pero igual de frágil que las otras arenas públicas.

Habrá que reinventarnos de otro modo. Ya no de ése que usted tenía en mente ayer. No vaya a pensar que le vengo a vender el remedio y la solución. Uno es gato y no economista ni epidemiólogo. Como apunte de despedida, una diminuta sugerencia. Yo sé que lleva más de veinte años escuchando a todo mundo decirle cómo debe hacerle para gobernar. Pero pocas veces a un gato.

Sólo sugiero que apoye y se apoye en quienes siguen activos afuera cuando todos nos encerramos. Debilitar todavía más la administración pública, no poner lo que queda del sexenio en reforzar el sector salud y salvar la economía -la grande y la minúscula; la formal y la predominante informal- no nos va a llevar muy lejos. Tampoco cerrando la de por sí flaca llave de recursos a la ciencia y las artes. Reconozca que esos artistas que están regalando y contando y tocando sus obras gratis ahora en el ágora de las redes sociales han sobrevivido antes con los fondos que se pensaron para ellos. Y los científicos que se suman a la misión tipo bomba de tiempo de encontrar vacunas para el virus, más los científicos en formación para quienes una beca es la única fuente de ingresos. Quiénes, si no ellos, han estado afuera dando lumbre a la pandemia cuando nosotros nos escondemos en los rincones. Encuentre lo que había corrupto, lo desviado del propósito colectivo. Para eso lo eligieron. Pero admita que había fondos que producían arte y ciencia en un país donde es doblemente difícil producirlas. No debe ser tan difícil distinguir lo que sí funciona.

Claro, dejemos el abrazo para después. Ande usted, que se hace tarde, y algunas calles del centro se ponen muy solas de noche.

Quién me pudiera tachar de surreal en estos tiempos tan inverosímiles. En una de ésas no sólo uno de esos gatos le habla, sino que hasta lo escucha.

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