Durante la pandemia, muchos humanos tuvimos el privilegio de encerrarnos. Dentro de este subgrupo de enclaustrados, algunos sufrieron la tortura posmoderna de conectarse a Zoom para trabajar. Hay gente muy desafortunada que incluso hoy sigue atorada en ese purgatorio. Con tanto lío reciente igual y ya no te acuerdas, pero armamos rompecabezas, hicimos yoga en la sala, aprendimos a hornear pan mientras nos tomábamos la oxigenación. Al bueno de Cesar Olguín le dio por indagar la historia del tango en México. Con esto no me refiero a que buscó en tiktok un clip donde alguien explica cómo un instrumento alemán ideado para producir música en las iglesias que no tenían órgano acabó siendo símbolo de argentinidad, melancolía y futuro. Olguín empleó su encierro en escudriñar con un ímpetu casi paleontológico un demonial de lugares, viajes, personajes y canciones.

Te puede parecer una hazaña mediana o de medio pelo, pensando en que uno desbloquea su teléfono y ya ni siquiera tiene que apretar un botón para preguntarle al internet (lo que sea que eso signifique para ti) qué se celebra el cinco de mayo, en qué acabó el caso de Paco Stanley y quién es Paco Stanley. Sin embargo, hallar respuestas que no están colgadas en internet es harto más difícil. Especialmente cuando se trata de hallar el origen de artefactos tan peregrinos como escurridizos, como es el caso de la música y la canción. Partamos de la idea de que, muy afortunadamente, en el pasado había manera de decir algo en un medio público y que ese algo no quedara registrado para siempre. Sin teléfonos móviles -ya no digas inteligentes- ni Google ni cámaras digitales, la memoria de nuestro pasado reside en columnas de periódico guardadas en un cajón, programas de radio grabados en un cassette que luego se digitalizó por obra y gracia de Piazzolla, en las neuronas de quienes escucharon historias y todavía no las anotan en una azarosa servilleta.

A quién se le ocurre, haces bien en preguntar, semejante encomienda, ahora que entendemos que es de una complejidad tamaño caguama. Dentro del vasto mundo de la necedad en la música, solo a un bandoneonista se le ocurre un proyecto pandémico semejante, de igual modo que solo al diablo se le ocurrió diseñar al bandoneón como si quisiera que nadie pudiese tocarlo. Pese a todo, y en contrapunto con el destino trágico de decenas de personajes en los tangos, Cesar Olguín llevó a buen puerto esta investigación y la puso en un libro bastante grande, hay que decirlo. Y es que el cariño que Cesar le profesa tanto a la Ciudad de México como al tango no cabría en un formato más pequeño.

Todavía se llamaba DF, y en las páginas de esta historia se asoma una ciudad que ya se sabía ciudad pero apenas comenzaba a abrazar la modernidad. No creo en el viejo adagio que sostiene que todo tiempo pasado fue mejor, pero qué pasado tan encendido tiene nuestra ciudad a la que le cupo el mambo y el danzón, el bolero de la mano de tríos legendarios, la cumbia, el rap, el rock en español y el tango.

El libro está plagado de detalles y lugares que solo existen en nuestra memoria y en sus páginas. Hace repaso de restaurantes que acondicionaron duelas donde se dieron las primeras milongas chilangas. Salones de baile que se saturaban de un público al que le gusta la música, en el compás que sea y venga de donde venga. En un tono desenfadado pero sostenido en un conocimiento enciclopédico, Cesar cuenta ires y venires de cantantes, músicas, bailarinas, maestras, promotoras y todavía un poco más de personas que hicieron en algún momento cadena invertida con el tango en latitudes mexicanas. Uno puede asomarse a una página aleatoria donde se cuentan biografías muy detalladas, o avanzar de manera ordenada en este almanaque donde las páginas se agitan como fuelles al contar la historia de las ciudades mexicanas con banda sonora de Troilo, de boleros tanguificados y de tangos bolerizados.

¿Que cómo sabe Olguín todas estas historias, giros de tuerca y detalles del tango en México? Aunque pase mucho tiempo, como se llama este libro, me recuerda a veces a esas historias frenéticas y harto disfrutables contadas por un personaje que cuenta la historia al tiempo que la pisa, como En el camino (On the road) de Kerouac. Qué bueno que Cesar no invirtió su pandemia en fabricar alfajores y mejor puso en papel todas esas historias que le han contado, algunas, y que vivió metido en el estudio grabando un álbum, parado en la tarima en un lugar bohemio del sur de la ciudad, en una sala de juntas organizando un festival.

El libro se presentará el próximo sábado 13 de abril en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes a las seis de la tarde. Hay más información en el perfil de redes de Cesar y de la Secretaría de Cultura. Como si no fuese un gol de media cancha terminar y publicar un libro como éste, todavía se va a dar el lujo de agregar una página a la historia del tango en México sacándole el aire a su bandoneón en la dichosa presentación de Aunque pase mucho tiempo.

@elpepesanchez

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS