Acaba de hacerse de conocimiento común el logotipo del Nuevo Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. Dicho de otro modo, se convirtió en el objeto favorito de memes y mofas que, sin problema, ocupará la creatividad del respetable durante este fin de semana (quizá se mantenga en el top de popularidad incluso por unos días más, como pasa con las canciones). No hace falta resaltar la obviedad: se nos da bien la sátira y las redes sociales son la pradera perfecta para desenrollar la creatividad para mofarse del citado logotipo.

Cuando toda la atención se centra en cómo alguien asegura poder haber hecho un logotipo más elegante en una servilleta, o en el mamut que se cobija con un ala de avión, a lo mejor convenga mirar para otro lado, solo por curiosidad de qué sucede alrededor cuando nadie está mirando por concentrar el morbo y la atención en las bromas y críticas. Sostengo que lo que no vemos cuando nos damos vuelo haciendo pedazos el logotipo es precisamente lo importante. No solo eso, agrego que ahí radica buena parte de la complicadísima reconciliación de la sociedad polarizada a la que nos azuzaron a convertirnos y a la que nos convertimos muy gustosos.

Me explico: lo verdaderamente importante del nuevo aeropuerto no es el logotipo. Claro que, dado que los aeropuertos se tratan de logística, movimiento y comunicaciones, mostrar al mundo una imagen más acorde con los arquetipos de modernidad del momento no haría nada de daño. Pero el chiste del logotipo ocupa toda la agenda pública y evita cualquier discusión más rigurosa. Y lo hace de manera muy inconsciente para muchos pero perfectamente premeditada para otros actores públicos. Basta con preguntarnos los elementos más básicos del aeropuerto para admitirlo. Si nos importa mucho el aeropuerto nuevo y hasta su logotipo, ¿dónde queda Santa Lucía o Zumpango? ¿Qué tan lejos está de la estación de metro más próxima? ¿tiene la capacidad que necesita la Zona Metropolitana del Valle de México para, al menos, mantener su competitividad en el futuro cercano? ¿qué significa tener esa capacidad? A lo mejor poder recibir más aviones, ¿y eso cómo nos hace más competitivos? ¿qué cosa es que la Ciudad de México sea competitiva?

Resolver esta pelota de preguntas no es intención de esta nota. Mucho menos detener la maquinaria perfectamente aceitada de chistes sobre el logotipo. No estoy en contra de la crítica con humor y profeso que la libertad de expresión es fundamental. En otras palabras, me río muchísimo de un buen meme y creo que en la crítica burlona yace mucho del contrapeso que todo sistema democrático necesita. Pero cuando la broma lo ocupa todo, y nadie se pregunta nada de los otros elementos del aeropuerto que deberían ser una preocupación colectiva más seria, es difícil no preguntarse que hay quienes se esfuerzan por mantener la conversación en el nivel más bajo del meme.

Indudablemente, uno de los mayores retos de cualquier gobierno es comunicar cómo prioriza la lista enorme de problemas y crisis que atraviesa el país. Igual de complejo es rendir cuentas de modo claro y lo más sencillo posible de las decisiones que el gobierno -el Presidente, Congreso, gobernadores, presidentes municipales, dependencias federales y locales- toma en nuestra representación. Desde luego que por eso construimos un sistema como éste, en el que no tenemos que ser expertos en aeronáutica para ser ciudadanos comprometidos con el país. Elegimos a quienes se rodearán del conocimiento y equipo necesario para decidir cómo usar los recursos públicos. Pero a la administración federal en curso parece no preocuparle mucho comunicar lo más llanamente posible estas decisiones en cuanto a la discusión del nuevo aeropuerto. Y quienes tratan de asumirse como oposición -en un papel convenenciero y lamentable- no entienden que también los partidos y personajes públicos que representan la oposición tienen la responsabilidad de comunicar con claridad y en términos simples qué es lo que está dejando de hacer el gobierno.

Mientras la crítica más seria no entienda que hablar de competitividad y capacidad aeroportuaria, de tráfico aéreo y complicaciones logísticas como si todo el mundo hubiese hecho prácticas en un hangar, su mensaje está destinado a ser destruido por esta sociedad que no admite más que ellos contra nosotros. Esa arrogancia y falta de inteligencia para comunicar asuntos que deberían ser de discusión pública fundamental solo agudiza la distancia entre quienes defienden ciegamente al Presidente y quienes no pueden ver una mañanera ni con el volumen en cero.

Sin caer en una hipótesis conspiratoria cargada de paranoia, es innegable que centrar el enojo, la crítica y la broma en el logotipo y no en la médula del aeropuerto distrae de otros temas del mismo aeropuerto que importan más que la resolución bajísima de las formas del logo harto memificado. Porque es mucho más fácil criticar lo feo que se ve un dibujo que discutir qué tan conveniente es un aeropuerto en ese sitio, con esas características, costo y limitaciones. Claro que somos millones, y tenemos tiempo. Cabe en nuestra vida espacio para reírnos del logo y para hablar de lo importante. Pero quedarnos en ese nivel de discusión que no rebasa el chiste y que está tan lejos de la sátira que se convierte en movimientos sociales de cambio es un truco tan viejo como el desdichado mamut que vive debajo de la F.


@elpepesanchez

Google News

TEMAS RELACIONADOS