Desde la elección presidencial más reciente ha sido para todos evidente que la oposición apagó la luz y cambió de oficio. Tan oxidado tenían el oficio de hacer política desde el otro lado algunas cúpulas poderosas que simplemente no pudieron levantarse de la cama al día siguiente. De ahí que sea de resaltarse la atención que han llamado los movimientos FRENAA y TUMOR (imagínese usted cuáles eran los nombres que no eligieron para que se acuñaran éstos). La pandemia no hizo más que recargar todavía un poco más la lente de las cámaras en el ejecutivo nacional. Tiene sentido, entonces, que los movimientos que se asumen antitéticos del presidente gocen de un interés proporcional e los medios y la opinión pública.
Aun si lo que se dice de estos colectivos sea principalmente una crítica a su oquedad figurada y literal y los memes lluevan sobre casas de campaña vacías un día sí y otro también, tiene su mérito que una oposición con el adjetivo que usted guste aparejarle se cuelgue de la agenda pública nacional. Para bien o para mal, las redes, los cafés por videollamada y los medios hablan de las manifestaciones de malestar de algunos sectores del país.
Vale la pena, como he propuesto antes, voltear al lado contrario de las cámaras sólo por curiosidad. Alrededor del cerco de burlas a las casas de campaña está un sector que se asume agraviado y ofendido por un diálogo que no permite matices en un código binario apretadísimo. Éstos están en contra del presidente. Por lo tanto, éstos otros están automáticamente en su contra. Atrás quedaron los títulos que, al menos, hacían de cuenta que el propósito principal era que al país le fuera bien. Se le pone el prefijo anti y el complemento personal para que adeptos y contrarios no se confundan pensando que hay más de dos bandos. O que esto es un país y no un partido o una guerra donde unos ganan y otros pierden.
El asunto es que poniendo la mirada hacia afuera de las tiendas de acampar encuentro un déjà vu escalofriante y perverso. Me explico: cuando lee uno la sátira y las burlas hacia las manifestaciones de estos días se produce una sensación de que esas frases y esas burlas y esas mismas escenas ya las habíamos vivido hace no mucho. Hay una reminiscencia casi transparente entre quienes critican mordazmente estas manifestaciones y las críticas mordaces a la oposición que se vivían antes de la última elección presidencial. Lee uno en las redes “puras tiendas de acampar vacías, mejor pónganse a trabajar” y no sabe uno si está en 2020 2016, 2011 o 2006. Se nos redujo la conversación al viejo callejón sin salida de cuando éramos niños y decíamos “pues tú lo serás también”. Quienes se lanzan contra FRENAA utilizan la misma voz, las mismas palabras y la hostil pedantería de quienes criticaron antes al movimiento que acabaría llevando a Morena a la presidencia. “Se ve que no tienen nada mejor que hacer” se lee en los chats, y parece tan copiado del pasado que uno pensaría que es broma.
Cualquiera imaginaría que alguien que salió en años anteriores a unirse a la molestia colectiva y manifestar pacíficamente el descontento social tendría al menos un gramo de empatía ante quienes ahora salen a mostrar su malestar. Esto no es una apología de ningún bando, sino un señalamiento de lo absurdo que es seguir pensando en esta dicotomía disparatada en la que la ciudadanía se parte en dos bandos irreconciliables y archienemigos. Las críticas que se acompañan de un absurdo “¿dónde estaban cuando el partido hegemónico anterior hizo de las
suyas?” asoman un sentimiento puro de revancha y no de transformación. Pareciera que no importa si los problemas públicos no se resuelven porque al menos son ahora otros los elegidos para agravarlos. El mismo gusto enfermizo que le producía antes a unos mirar cómo la policía cercaba manifestantes ahora brota en quienes defendieron la libertad de expresión y el derecho a disentir en el pasado. Porque lo que importaba no es que nos fuese mejor a todos, sino que le dejara de ir bien a los de antes. De ahí que uno vea las opciones políticas y los partidos que tenemos. El mercado político responde a una demanda tan precaria que no hay lugar para un proyecto que esté centrado en arreglar lo que condena a México a un rezago constante.
Como siempre, la música retrata con mejores pinceles la realidad de todos lados. Hablando de cosas igual o más atroces, Jorge Drexler dice, y dice bien: “una puerta giratoria. No más que eso es la Historia”. Ojalá dejáramos de dar vueltas.