Seguramente no soy el único que ha reparado en una cosa extraña que sucede en estos días empapados de calamidades. Bien sea en una conversación en persona a la vieja usanza o interactuando en cualquier red social o chat, cuando se comparte información nueva sobre la invasión a Ucrania , no falta quien comparte todavía más datos y más videos de quién sabe dónde. No sólo eso, el detalle con el que la gente en estas conversaciones explica el funcionamiento de carros lanzacohetes y drones de artillería es extrañísimamente elevado. Claro, se trata del misil tal por cual que tiene un radio de destrucción de tanto y se produce actualmente aquí y allá. Estamos muy metidos en el fango para darnos cuenta, pero no es normal que nuestras conversaciones estén plagadas de un detalle enciclopédico y un sinnúmero de datos que tenemos en la memoria por razones inexplicables.

Desde luego que no emito un miligramo de juicio en ninguna dirección sobre este fenómeno social. Con todo, cada que puedo ponerle un alto a mi pulgar arrastrando bloques de información en la pantalla, no deja de sorprenderme este comportamiento nuestro en tiempos turbulentos. Pongo un par de ejemplos, porque probablemente ya te haya pasado y ni en cuenta. Hay una altísima probabilidad de que, en algún chat, canal o red social uno se haya cruzado con esos videos que producen un júbilo optimista igual de extraño sobre los niños ucranianos acarreando botellas vacías y materiales para fabricar bombas molotov. Más de una vez he estado en la conversación sobre los videos del presidente Zelensky y haciendo comedia, luego bailando, y después encarando al congreso de Estados Unidos , y más de tres veces me he tropezado con los memes que comparan el sitio de Ucrania con las películas de Avengers, y hasta se han dado a la tarea de discutir qué actores personificarían a los líderes políticos de esta guerra. Todos consumimos toda esa información. Consumirla o compartirla no es necesariamente bueno o malo, pienso. Solamente es raro, si se le piensa con detenimiento.

Este comportamiento que todos tenemos durante situaciones que nos sobrepasan se conoce en las ciencias sociales como milling , cuya traducción más cercana sería, tal vez, deambular, dar de vueltas. Y creo que es una etiqueta que le viene la mar de bien a lo que hemos hecho últimamente, desde la pandemia hasta el seguimiento en vivo de la guerra. Andamos allí, paseando en la plaza del pueblo (internet), deambulando, dando vueltas, tratando de encontrarle sentido a estas cosas gigantescas que siempre carecerán del más mínimo sentido.

Según quienes han estudiado este comportamiento, la combinación de miedo, confusión, ignorancia, enojo y cansancio provocan en nosotros un golpe de realidad que nos deja perplejos. Ante la desazón, lo único que se nos ocurre es rascarnos la cabeza y dar de vueltas tratando de asimilar lo inasible. ¿Quién puede anticipar en qué va a terminar esta guerra y de qué naturaleza son las conversaciones entre quienes tienen bajo el escritorio el botón para borrarnos a todos en un santiamén? Podemos ver mesas de análisis y leer incontables piezas de opinión -ésta incluida- y probablemente acabaremos en el mismo desasosiego de no entender nada y sentir que estamos caminando muy cerca de la orilla del mundo.

Según Herbert Blumer , el fenómeno de deambular en momentos de incertidumbre funciona como un espiral: quienes están alrededor de los deambulantes en la plaza pública (en el plano real o virtual, agregaría yo), tienden a jalar a quienes solo pasaban por ahí, convirtiéndolos en deambulantes. No solo eso, este deambular -que me recuerda al explicarlo a todas las películas de zombis- provoca una extraña empatía en la que nos volvemos más conscientes y preocupados por la reacción de los demás y todavía menos perceptivos del evento que desencadenó el deambular en un principio.

En este orden de ideas, resulta irónico pero explicable que en estos tiempos donde hay más información en tiempo real de ésta y de todas las guerras conocidas, que nos sintamos indefensos y abrumados. Los datos, que son tan valiosos y significan poder molido en esta era de la desinformación, nos conducen a la nada cuando queremos exprimirles una explicación de por qué la realidad puede ser tan atroz. No hay algoritmo que ayude a comprender estos días porque tampoco hay humanos capaces de interpretar días tan oscuros. Damos vueltas confundidos, compartiendo dudas, haciendo bromas, buscando un centímetro de certidumbre para poner los pies. De ahí nuestra obsesión por mirar esas imágenes horribles, de investigar cómo funcionan las armas termobáricas, cuántas réplicas falsas hay de la mascarilla N95 en el mercado.

Cuando despertemos, las preguntas enormes como dinosaurios probablemente sigan allí. ¿El imperialismo es más gentil dependiendo la bandera que lo arrastre? ¿Es éste el principio de una era donde despiertan esas ambiciones de dominación territorial que ingenuamente creímos dormidas? Deambular juntos difícilmente responderá pronto esas preguntas, si es que alguna vez hallamos su respuesta. Lo que queda es sobrevivir tratando de darle sentido a la realidad que atravesamos. Tal como sucede en un velorio familiar. Nadie sabe bien qué hacer y la partida nunca tiene sentido. Tal vez deambular sea una respuesta colectiva a la que no le interesa entender la realidad sino recibir el golpe juntos.


@elpepesanchez

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