En días recientes se desató una serie de protestas en China contra las medidas rígidas que el gobierno ha impuesto para controlar la pandemia. Del mismo modo que ha sido incierto conocer la evolución de la propia pandemia en China, dimensionar desde fuera la magnitud de estas manifestaciones, su desarrollo y el impacto de las mismas es complicado. Hay algunos datos relativamente duros que traspasan la membrana gubernamental que filtra información en ambas direcciones. Se sabe, por ejemplo, que las protestas comenzaron luego de que un edificio en la ciudad de Ürümqi se incendiara y provocara la muerte de diez personas. La comunidad está convencida de que el aislamiento total como medida de contención de la pandemia provocó estos decesos.
Lo que comenzó como un duelo honrando a las víctimas del incendio fuera del edificio y en otras ciudades del país se convirtió en una protesta disfrazada de luto. La razón es simple: en un sistema conocido por suprimir todo atisbo de disenso que adquirió mayor control sobre la población precisamente por la pandemia, manifestarse en contra de las decisiones gubernamentales es una jugada peligrosa.
Desde luego que verlo todo -o lo que se deja ver y se filtra- desde la comodidad de la pantalla le pone un lente poético a la manera en que toma forma esta movilización social. Lo característico y simbólico de la protesta caen como un bálsamo en estos tiempos de sobreabundancia de información. En esta era en la que todo mundo quiere, como afiladamente dice Jorge Drexler, comprarte, venderte algo, “subirte a su nube, para luego exhibirte como un estandarte”, lo inusual, lo revolucionario, lo punk en estos tiempos posmodernos es el silencio.
Las protestas en China, naturalmente, utilizan el silencio no precisamente por razones de elegancia y austeridad. El color blanco, según entiendo, está relacionado tradicionalmente con los funerales. Así, el luto blanco que comenzó recordando a las víctimas del incendio se volvió una estrategia para disfrazar la protesta y evitar la represión. Quienes se reunían le hacían ver al gobierno que sólo se trataba de un luto silencioso. Entonces el silencio se convirtió en el caballo de Troya del reclamo civil. Si cualquier atisbo de decir algo contrario a la versión oficial es castigado, salir y decir nada juega con las reglas del sistema y permite decirlo todo sin decir ni mu. La gente -no sabemos cuánta, pero por una vez dejemos de medir lo importante en la vida con números- salió de sus casas con cartulinas completamente en blanco, sin ningún lema, estandarte o encomienda. La hoja en blanco fluye como un mensaje incontestable porque no se está diciendo nada sobre lo que el sistema pueda callar a trompadas. Incluso hay quienes lo único que escribieron en sus papeles blancos fue “Yo no he dicho nada”.
Esta nota, evidentemente, no es el análisis geopolítico o de salud pública de un país. Difícil anticipar en qué terminará la protesta blanca de China, pero no deja de asomar un hilo de la naturaleza creativa de la humanidad: hasta cuando todo lo que se dice es silenciado, hay maneras de hacer que el silencio signifique inconformidad. Los símbolos no llenan la alacena, pero sí que han inundado el espíritu de tantas colectividades desde que el poder existe. Tomando como pretexto que el propio Jorge Drexler acaba de recibir la friolera de siete Latin Grammy’s, me doy el lujo de escribir en esta hoja en blanco que todo, tanto lo sublime como lo más terrible, pasa. Sabrán quienes aprovechan la altura para sumir la libertad, que una puerta giratoria, como dice Drexler, no más que eso es la Historia.
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