La tortuga que rompe a volar, dice una canción de Sabina y Fito Páez. Y no encuentro metáfora más cercana a lo que tanta falta le hace a nuestra memoria colectiva mexicana: liberar de una prisión pútrida abarrotada de irregularidades y mentiras históricas la única verdad sobre el caso Ayotzinapa. Cinco años de distancia y lo único claro es la ausencia. No sólo la evidente, de los estudiantes que no han vuelto a casa. Tampoco la de sus padres y familiares, que no han claudicado en ese empeño. ¿Cómo no se nos atora en la garganta el “vivos se los llevaron, vivos los queremos” después de cinco años de tener la verdad en un limbo espantoso?
Ayotl es la palabra náhuatl para tortuga. De ahí que estos buscadores de la verdad a quienes me refiero la eligieran como símbolo de esa búsqueda. A paso lento pero seguro, afirman, la justicia llegará, como las tortugas que anidan en Mazunte celebrando la migración y la vida. Pero vaya fábula que le pusimos de fondo a nuestra tortuga. En qué camino avanza, que parece que nada se ha aclarado desde hace cinco años. Lo poco que se sabía está tan viciado de tortura que abona nada a dar pasos ciertos en la investigación. Pareciera que estamos en el día uno, donde no se sabe nada, pero no es así. Porque más irregularidades y desdichos enturbian el camino de la tortuga. Y porque se sigue despreciando a las voces legítimas y profesionales del grupo de investigadores que al menos comenzaba a hacer una búsqueda con el protocolo adecuado. Con ganas de resolverlo, pues.
Hay heridas tan sórdidas del tamaño de un país como el nuestro que se vuelven -imagino, y con el tiempo- cicatrices muy visibles, como cordilleras. El problema es que cualquier sociedad que atraviesa por cosas tan tremendas como ésta necesita al menos una certeza de que todo lo sucedido, sórdido y horrible, fue de ese modo y no de otros cientos de modos posibles. Se trata de un paso previo a la justicia -que es igual de urgente e importante-, pero un paso de tortuga firme: entender qué sucedió esa noche, limpiar el paso de una mentira más grande que otra que se usó para evitar que se supiera quién sabe qué cosas más insoportables que desaparecer, en un parpadeo, cuarenta y tres humanos.
Estamos a poco menos de una semana de desempolvar otro pregón fúnebre. Dos de octubre no se olvida. Y qué bueno que no se olvide, pero después de tantos años, parece que no se olvida ni se acaba de entender del todo. De ese tamaño son las heridas a las familias de los desaparecidos y a la memoria colectiva mexicana. ¿Cómo construir una mexicanidad renovada, más justa y alegre que antes, si desconocemos detalles tan tristes y grandes de nuestra Historia reciente?
Paciencia, diría la tortuga. Y ojalá que tuviera razón. La verdad, cruda y muy tardía, liberaría a esas familias y probablemente al país entero del peso de la incertidumbre, de hacer de cuenta que no pasa nada. Ojalá que se asome en algún momento.
Israel, compositor y capitán de la banda capitalina Belafonte Sensacional dice, y dice bien:
Hay un partido en la cancha, que nos falta un jugador
hay una milpa en el campo, hay que hacerla florecer
hay un silencio en el patio en donde quiero verte aparecer.
Te estamos esperando en casa, te estamos esperando acá.
@elpepesanchez