Buena parte de la reflexión sobre los dos años que siguieron al triunfo del eterno contendiente, Andrés Manuel, padecen de algo que ya hemos abordado antes: la imposibilidad del contrafactual. La única referencia que tenemos sobre lo que pasa en el país es esta realidad, en la que un candidato soñó con la presidencia un poco más que Leonardo DiCaprio con un Óscar. El festejo fue tremendo, cuando Leo y cuando Andy, pero por mucho empeño que se ponga en evidenciar los tropiezos del gobierno actual argumentando que nos habría ido mejor con cualquier otro personaje/partido, no hay una serie de Méxicos paralelos a los que pudiéramos asomarnos para ver cómo habrían sorteado los otros contendientes la relación siempre compleja con Estados Unidos, una crisis tamaño caja de Pandora como la que atravesamos y un país contra las cuerdas mazapaneado un round sí y otro también por el crimen organizado.
Claro que es un recurso propagandístico relativamente efectivo. El propio equipo del presidente lo utilizó en su momento. “Estaríamos mejor con…” y su repetición todavía más efectista “estaríamos mejor con ya sabes quién”. También buena parte de la crítica se ha acomodado en ese mullido sillón del “te lo dije”, de utilizar tuits de Andy contendiente (elija usted la elección federal, es bufet) para criticar duramente el desempeño del presidente. Como si no hubiese manera de alzar una voz propia, como si fuese un recurso fresco y no un burdo efecto televisivo parecido a la aparición de dos Chabelos discutiendo en las películas de espantos.
La oposición se quedó congelada un día antes de esa elección. Lo único que podemos hacer ante su obscena ausencia e irresponsabilidad en la gobernanza nacional es imaginar que, con la derrota inminente, apagaron la luz, se dijeron “fueron unos encantadores setenta y un años y un pilón. Gracias, México” y “me quedé con las ganas de otros doce años de quitarle el freno al cambio”, metieron todo a la maleta y pusieron pies en polvorosa. Porque la política les interesa únicamente cuando ganan, o cuando pueden tejer alianzas en el poder legislativo para que, aun en la derrota, sople el viento a su favor. Porque les parece tan absurda y disparatada la encomienda de ser un contrapeso real y la representación institucional de un país habitado por quienes votaron por el vencedor y quienes no.
La caballada de oposición languidece en la sombrita. A lo mejor porque nunca se les dio eso de perder, o para no agitar el avispero por temor a la máxima del “yo no tengo cola que me pisen” y su siempre atemorizante “y si la encuentro ¿qué te hago?”. Quedan algunos hilos de oposición genuina, murmullos en medio del ruido de un tiempo congelado en 2018. Pero se equivocan también al querer pararse en una cancha que el presidente conoce muy bien y en la que nadie debería estar jugando a estas alturas del partido: la contienda.
Dos años ya y todavía críticos, analistas, opositores buscan picar y provocar. Jugar en el terreno de denostar, de confrontar como cuando se hace campaña y no como cuando “el resultado no fue favorable para nuestro partido pero vamos a luchar desde nuestra trinchera por un México más próspero y justo”. Ese Andrés Manuel -que sigue siendo el mismo- los derrotó entonces en aquel tablero de campaña y lo seguirá haciendo. ¿En verdad lo mejor que tienen es provocar en redes sociales a la Primera Dama y carcajearse porque se engancha en el más básico troleo? Claro que la responsabilidad y el sentido de oposición y exigencia no es monopolio de los partidos aquellos que le conté que se vieron en la Tapo la noche del primero de julio. Como ciudadanos también nos quedamos congelados en ese ánimo de la contienda, en ese nivel tan horrible de ciudadanía donde lo que mejor se nos ocurre es bautizar como un postre al hijo del presidente. ¿Con qué cara describimos una realidad alterna más halagüeña, como sacada de teoría de cuerdas? En ese otro México ¿también nos dedicamos al tuit fácil y a provocar a personas en vez de exigir cuentas a quien asume el cargo? Que lo nuestro sea discutir el uso de recursos públicos, la siempre caprichosa cacería de corruptos que es incapaz de reconocer que están en todos lados, los trenes que van a ningún lado, los aeropuertos inundados. Qué nos importa en esta realidad y en cualquier otra si en la salita de estar de Palacio Nacional alguien está cantando trova. Cómo nos hacía gracia saber que había para quienes la elección presidencial era un concurso de belleza en el que Peña será lo que quieras pero guapo sí era. Y aquí estamos, mirándonos en ese espejo brutal que son las redes sociales poniendo apodos a quienes no son el mandatario que elegimos para que tomara las decisiones más importantes del país. No va por ahí.
Finalmente, el tiempo detenido no discriminó a nadie. Las conferencias matutinas siguen siendo el taller donde se reinventan enemigos, se toma la pedacería de la oposición y se le pone un nombre más popular, más burlón, como si la polarización fuese la nueva medida de bienestar. No ha podido bajarse el presidente de la camioneta que lo llevó a recorrer todos los rincones del país. Sorprende cómo soportó tantos años y tantas contiendas con una piel tan delgada ante la provocación. Lo vemos atrapado en una inercia que lo regresa irremediablemente a la campaña. Sigue tan ocupado contándonos cómo haría de distinto todo si no estuviesen los neoliberales al mando que no se ha percatado que la cabina del piloto está vacía desde hace algún tiempo.
El primero de julio Rusia despachaba a España en penales, jugando en casa. La entonces delegación Benito Juárez se despertaba de una mala noche producto del susto de un temblor pequeño pero cercanísimo. Quién iba a pensar que, tras esa victoria como avalancha donde parecía que todos cambiaríamos en algún sentido, nos quedaríamos atorados en esa cuerda del multiverso, como un triste gif.
@elpepesanchez