Dos años de pandemia y tres del actual gobierno federal. Este domingo sin mucho brillo pinta para ese balance de mitad de camino. No son escasos los análisis harto sesgados que ven, a la vez, a un país en llamas y a un país ardiendo como antorcha de la renovación. Ha sido virtualmente imposible buscarse una butaca matizada entre esa polarización desde aquel diciembre de 2018. Existe solo limbo en medio quienes añoran el viejo México del priismo y panismo como una época dorada y quienes celebran una transformación que para ellos es muy evidente.
Dado que no existe ese valle de quienes admiten que en la época pasada y la actual permanece la injusticia, el revanchismo, el uso gremial de recursos públicos, la corrupción, y también algunos atisbos de un gobierno que, en verdad, entiende los problemas del país y cómo resolverlos. Pocos atisbos, poquísimos. Antes y ahora. En este tiempo, insisto, es harto impopular no tomar partido. Todavía más, hace falta elegir un bando en la polarización y actuar como gente enojada, empoderada, superior al bando de enfrente. Pero recurriendo al oráculo de sabiduría que son las redes sociales, hagamos caso al un refrán harto retuiteado: si no ves en internet el contenido que quieres, crea ese contenido que quisieras ver. Así, la alternativa a no encontrar un bando que no tenga bando, un punto que no esté en ninguno de los ridículos polos que se han amasijado en estos años, sería buen momento y propósito de año nuevo crearnos ese sitio de ciudadanía.
¿No está cansado de sostener el mismo discurso que ha venido arrastrando los últimos tres años? No sólo agotador sino, además, harto aburrido. ¿Sigue pensando que algo se ha transformado positivamente en el país y no se ha golpeado a martillazos algunas de las pocas cosas que funcionaban en México? ¿O todavía sostiene que los gobiernos anteriores funcionaban la mar de bien? ¿Que robaban pero, al menos sabían gobernar? ¿De veras nos seguimos creyendo eso mantras? Resulta penoso que nos conformemos con tan poco, sea cual sea la bandera que alcemos. Ya estamos grandes, ya nos pasó por encima el covid como para seguir durmiendo con esos cuentos de hadas.
Salir del pasmo de repetir esos discursos que son tan viejos como equivocados es, apenas, el primer paso para entender bien cómo empezar a apagar el incendio del país. Lo segundo, creo yo, necesario para desbaratar esa polarización que no ha conseguido absolutamente nada en estos tres años es admitir que el gobierno de un país, sus estados y ciudades, es todo menos un partido de futbol, una partida que hay que ganarle a los otros, una revancha.
Tan metidos estamos todavía en el lodo de sobajar al bando contrario que se nos llenan los ojos de mugre y lagaña para ver que estamos hechos del mismo barro. Gobiernos triunfantes con personajes carismáticos como mártires que están a punto de hacer el milagro que hemos estado esperando. Promesas inalcanzables, plataformas políticas inexistentes. Y un desinterés absoluto en todos nosotros por sentarnos a escuchar cómo plantea un grupo de políticos, administradores públicos y legisladores los problemas más graves del país y sus posibles soluciones. Seguimos muy ocupados en la revancha, como hemos vivido desde la Revolución o incluso antes. El nuevo rey asume el trono y opera la maquinaria del Estado para aumentar su capital político, congraciarse con su gente, perseguir a quienes han sido una piedra en el zapato. De eso se ha tratado el oficio que aquí y en todo el mundo debería ser gobernar, representar las preocupaciones de una comunidad, plantear y ejecutar acciones para atenderlas.
Vivimos en este martes infinito que nos aleja mucho de combatir la pobreza extrema, reducir la violencia que ha hecho pedazos todos los municipios mexicanos sin excepción, crear oportunidades reales para quienes solo conocen la economía informal y el crimen organizado. Este loop de quejarnos de lo mismo, repetir el discurso que ya tenemos marchito en la garganta, discutir con nuestros amigos y vecinos sobre dónde hay más corruptos, quién ha robado más y cuántos muertos le asignamos a cada sexenio es un triste gif del mismo México, no dos imágenes contrarias.
Este club de la opinión Matizada, Serena y Analítica (por sus siglas, MASA) habría de crearse bajo una idea principal, para que no hagamos más promesas como propósitos de año nuevo que no se logran porque nunca empiezan. La idea de esperar de nuestros gobiernos una sola cosa: gobierno democrático. Dejar atrás la idea de que votar por un partido político es como irle a las Chivas, y romper la inercia espantosa de mirar nuevos dirigentes haciendo lo mismo de siempre: persiguiendo a sus oponentes y haciéndose de la vista gorda cuando la corrupción y la impunidad están en casa.
De ahí que sí importara la ciencia para todo esto. Créame, hay gente que se ha encargado de estudiar cómo funcionan bien los gobiernos. Sin las banderitas absurdas de neoliberales, comunistas o reptilianos. Así como hay ciencia para instalar una bocina parlante de Amazon en el siguiente cohete espacial, hay ciencia para hacer que la gente que elegimos para que gobierne haga mejor ese trabajo. Diagnosticar exactamente por qué estamos donde estamos, hacer un plan realista para reducir esos problemas y destinar recursos, gente, atención a hacer que esas ideas funcionen en las calles. Claro que los gobiernos democráticos pueden hacer esas piruetas y muchas otras. Pero empecemos con pasos chiquitos. Olvidarnos de que gobernar es sinónimo de un revanchismo que no conduce a ningún sitio y unos discursos que nos aprendimos tan bien que ya hasta repetimos mejor que sus creadores. El gobierno está en otro lado.