La pandemia Covid-19 ha sido el evento de mayor impacto en varias décadas, al grado de que muchos analistas sostienen que nos está llevando a un verdadero cambio de época histórica.
En el campo del pensamiento actual hay un debate sobre el mundo que viene. Sabemos que el mundo que dejamos en febrero del año pasado ya no va a regresar, lo que nos vamos a encontrar después de la crisis de la pandemia es nuevo y distinto. Pensadores como Zizek, Daniel Innerarity, Byung Chul Han o algunos en Estados Unidos discuten sobre qué mundo nos espera y no hay consenso en muchos aspectos.
Sin embargo, existen algunas aproximaciones de mayor difusión pública que nos hacen ver que requerimos adaptarnos a una nueva realidad.
Sabemos que está cambiando nuestra concepción del espacio y del tiempo y eso supone un cambio profundo de paradigma. Ocurrió con la Revolución Industrial: la sociedad agraria, dispersa en pequeñas poblaciones emigró a las ciudades, dando lugar a las grandes concentraciones urbanas: cambió el espacio y el tiempo pasando a la nueva era industrial. Ahora sucede lo contrario: en ciudades como Londres o Nueva York las personas están saliendo de los centros urbanos para irse a los suburbios: el cambio de forma de trabajo ya no hace necesarios los desplazamientos, por lo que es mejor y más cómodo el teletrabajo comúnmente denominado Home Office.
También sabemos que el mayor cambio que hemos tenido es interior, no somos los mismos que caímos en el confinamiento en febrero del año pasado. Los últimos en darnos cuenta de la profundidad de los cambios que nos ocurren somos nosotros mismos.
En ese sentido, el cambio que muchos han tenido es ambivalente: por un lado, se trata de un cambio positivo porque ha generado una revisión a la escala de valores del mundo líquido del que veníamos en términos de Zygmunt Bauman: hoy comprendemos más el valor de los demás, del medio ambiente y de las cosas sencillas de la vida.
Pero, por otro lado, vemos el mundo con pesimismo, hemos perdido ilusión y esperanza. La pérdida de esperanza es el mayor de los males posibles con el que podemos enfrentarnos porque sin ella es imposible tener las fuerzas interiores suficientes para superar la adversidad.
Este mundo interior ambivalente está sujeto a una enorme tensión entre momentos de ansiedad y depresión y la vivencia de momentos de gozo profundo. El tema de mayor importancia que tenemos es resolver precisamente esta tensión.
La felicidad en la vida no se mide por la intensidad de los momentos de gozo, sino por su continuidad. Lograr dar sentido inclusive a las circunstancias adversas que enfrentamos, encontrar en las cosas ordinarias de todos los días el valor extraordinario que tienen son, entre otras, herramientas que nos ayudan a lograr más continuidad de los momentos de gozo, nos ayudan en definitiva a tener una vida más feliz.
Resolver la tensión ambivalente es el mayor reto que como humanidad estamos enfrentando: si no lo conseguimos, no seremos capaces de enfrentar la nueva realidad que está tocando a nuestra puerta, sin embargo, si lo conseguimos, la pandemia habrá servido como forma de transformación a un mundo mejor que el que teníamos antes.
Presidente de la Junta de Gobierno UP-IPADE