En los últimos años una ola de enormes proporciones recorre el planeta: el aumento del odio. En diversos países el número de los denominados “delitos de odio” (los que se cometen contra las personas por ser quienes son) ha aumentado de forma dramática. En distintos sistemas políticos el aumento de la polarización amenaza a la tolerancia, necesaria para la preservación de la democracia. A nivel global, el estallamiento de conflictos pone en riesgo el orden geopolítico.

Sin embargo, el efecto más profundo del odio es en la psique de las personas que se ven afectadas por él: se trata de una pasión que genera vacío, ansiedad y depresión. El odio suele ser confundido con otras pasiones que si bien están relacionadas con él, tienen naturaleza distinta como lo son la ira, el resentimiento, el rencor, la envidia y el asco.

La ira es una locura momentánea, una pérdida de control por un acontecimiento concreto. El resentimiento regularmente parte de una herida personal (un trauma) que reflejamos en el otro. El rencor es un resentimiento crónico. La envidia que es entristecerse por el bien ajeno. El asco es la repugnancia hacia otro. El odio, en cambio, es la aversión a otra persona cuyo mal se desea activamente. Por ello es la más peligrosa de todas.

Si no se tratan a tiempo, cualquiera de las pasiones relacionadas puede terminar convirtiéndose en odio.

El odio ha sido una pasión poco estudiada. Como toda pasión, tiene distintos niveles de análisis: el espiritual, el mental y el fisiológico. En fecha reciente, el neurocientífico Semir Zeki de la Universidad de Londres comenzó a estudiar los efectos cerebrales que produce: a un grupo de 35 personas que declararon odiar a algo o a alguien les colocó electrodos conectados a un monitor para observar el comportamiento neurológico. Descubrió algunos hallazgos preocupantes:

i)El denominado circuito cerebral de quien odia es el mismo que el del amor romántico, pero con la diferencia de que mientras el enamoramiento parece ser idealista, el odio es frío y calculador.

ii) A diferencia de otras pasiones, el odio es contagioso. Se puede odiar a quien no nos ha hecho nada.

iii) Una vez que se comienza a odiar es muy difícil dejar de hacerlo.

Ha crecido tanto el odio, que en muchas sociedades se trata de un problema de salud pública. La emergencia del odio responde a distintas causas, sin embargo destacan algunas que parece importante subrayar:

i) La convivencia por Internet en el que las personas pueden hacerlo de forma anónima o cambiando su personalidad, lo que genera violencia del lenguaje.

ii)Los videojuegos, por la pérdida del de imitado “umbral” entre el mundo digital y la realidad, como lo hemos visto en casos de tiroteos en Estados Unidos.

iii)Los discursos de polarización que incentivan las luchas sociales como rédito político.

El crecimiento del odio es posiblemente el mayor riesgo con que nos estamos enfrentando como humanidad. Parecería pasar desapercibido por enfocarnos más en sus efectos que en sus causas. Debemos hacer conciencia de su gravedad y enfocar políticas específicas a tratarlo. De ello depende nuestro futuro.

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