Cuando López Obrador anunció que presentaría una iniciativa para instaurar la figura de revocación de mandato, de inmediato me acordé del uso que se le ha dado en algunos países latinoamericanos de corte bolivariano: fortalecer al presidente en turno y (cuando se puede) prolongar su mandato (la figura no me convence en los presidencialismos, por eso prefiero los sistemas parlamentarios donde en general es posible remover en cualquier momento al jefe de gobierno con menos riesgos políticos). Desde luego, AMLO calculaba que cuando llegara el momento tendría aún la mayoría a su favor, por lo cual ese ejercicio lo relegitimaría y fortalecería. Sin embargo, no descartaba yo del todo un escenario (aunque poco probable) en que las encuestas mostraran cierta desventaja para AMLO, en cuyo caso Morena haría todo lo posible para impedir esa consulta desde el Congreso, la Suprema Corte o como fuera. Ya parece que AMLO se iba a arriesgar a ser removido.

Por lo pronto, dividió a los opositores en dos bloques; quienes quieren votar para quitar a AMLO y los que quieren “urnas vacías”. Los dos parten de cálculos y razones muy distintas. Los que quieren votar dicen —con razón— que es incongruente estar en contra de un presidente y no quererlo remover. Sostienen —también con razón— que estos tres años han sido muy malos y los próximos seguramente serán peores. Temen que en 2024 haya ya un INE controlado por AMLO. Calculan que somos más quienes queremos que se vaya que sus verdaderos fanáticos (la popularidad es muy engañosa). ¿Por qué no quieren ir los demás opositores a votar?, se preguntan.

Los abstencionistas sostienen —probablemente con razón— que son más los que votarán por AMLO (fanáticos, clientelas y acarreados) pues cuentan con los recursos del Estado (con trampas, ilegalidades y dinero público). Es una “consulta de Estado”, contra la cual la oposición tiene pocas defensas. Diversas encuestas han adelantado un triunfo holgado para AMLO. Por lo cual, lo que requiere el presidente es tanta participación como sea posible, pues eso legitima el ejercicio y de ahí derivaría más fuerza. En esta óptica, mientras menos participación, mejor para los opositores. Temen también (con cierta razón), que en el remoto caso de que se le revocara (con 40% de participación, que no se alcanzará), alegaría fraude, y en caso de irse podríamos caer en un vacío de poder con riesgos políticos y económicos. Y al final, Morena nombraría a uno de los suyos, quizá todavía bajo la influencia de AMLO (que se convertiría el Jefe Máximo). ¿Cuál sería la ganancia para la oposición? No mucha.

Pero ninguno de los bloques logra convencer al otro de su visión (sólo a uno que otro), y simplemente no entienden sus respectivos razonamientos y conclusiones. Lo que no tengo claro (pues no he visto encuestas al respecto) es que los abstencionistas sean bastante más que los revocacionistas, pero tampoco creo que estos sean un puñado. He oído a muchos ciudadanos con esa disposición. Calculo, a ojo de buen cubero, que la participación no pasará del 20% y, desde luego, con un triunfo aplastante (y en parte artificial) de AMLO.

Lo que sí quedó claro es que Morena actúa como el PRI de antes, lo que no debe extrañar, pues la mayoría de dirigentes de ahí viene. Viola abiertamente las leyes que promocionó cuando era oposición, pero ahora desde el poder le estorban. Se saben impunes, además. ¿De dónde salió el dinero para los promocionales? “Aportaciones ciudadanas”, como las de Pío. Y los “Servidores de la Nación” presionando a la gente. Son delitos electorales, pero el Fiscal Electoral es militante de Morena. Morena es el viejo PRI vestido de guinda.

Analista. @JACrespo1

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