Al menos desde el siglo XX, México, pese a no haber sido democrático por décadas, estuvo más cerca del bloque democrático occidental que de los países propiamente dictatoriales y orientales. Incluso su respetuosa relación con Cuba no obedeció a una identificación ideológica, sino a una intermediación con otros países. Con la transición democrática, tras la elección de 1988, México se acercó aún más al bloque occidental-democrático, con tratados comerciales con EU, Japón y Europa, además de signar varios tratados de derechos humanos y la Carta Democrática Interamericana de 2001, justo con la intención de proteger las nuevas democracias en el subcontinente tras las caídas de diversas dictaduras. Hubo más acercamiento también con la Unión Europea y alejamiento con los países autoritarios de América Latina (los gobiernos panistas de plano chocaron con Cuba, Venezuela y Nicaragua).
Pero al llegar López Obrador, la política cambió de rumbo. Inevitable mantener la relación con Estados Unidos y Canadá, pues el Tratado comercial nos ha beneficiado más que perjudicado. Pero la amistad y la colaboración se han enfocado más a los gobiernos bolivarianos (Cuba, Venezuela, Bolivia, Perú, Colombia) y un distanciamiento con los democráticos, tanto de AL como de Europa. Eso se debe, evidentemente, a una cercanía ideológica del obradorismo con el modelo bolivariano plasmado por el Foro de Sao Paulo, que es una adaptación del marxismo a las condiciones del siglo XXI. El propósito es esencialmente el mismo; una vez en el poder (ya no por revolución sino por vía democrática, por la dificultad que supone lo primero) utilizarlo, según permitan las condiciones de ese país, para sustituir la “democracia burguesa” por una “popular” (es decir, una dictadura del proletariado, pero bajo un nombre más aceptable hoy en día). Una autocracia en la que el líder providencial concentre tanto poder como sea posible
Sin embargo, como miembros del Foro, también hay izquierdas pero más democráticas, menos radicales, como Brasil, Chile y Colombia, que exigieron a Nicolás Maduro probar su presunto triunfo con las actas oficiales, cosa que no hizo porque éstas le daban la victoria a Edmundo González. México no se pronunció para no ir contra su aliado. Pero ahora que la toma de posesión, el 10 de enero, obligó a México a definirse, no hubo ningún problema en ello; se reconoce implícitamente el “triunfo” de Maduro, pese a las evidencias en contra. Un acto antidemocrático, pero no incongruente con Morena (que jamás ha sido democrático, aunque se proclame como tal).
Y se trata de cumplir también con las directrices de Sao Paulo que en la relación de los países miembros se recomienda “divulgar, además, las experiencias de la democracia y el socialismo en Cuba —poco conocida en el exterior— la experiencia de las Misiones en el socialismo bolivariano de Venezuela; la experiencia de la Revolución Ciudadana en Ecuador, así como la experiencia del Socialismo Comunitario en Bolivia”. De hecho, el Foro pide a sus miembros un respaldo explícito al gobierno de Maduro “frente a las embestidas brutales de la oligarquía apátrida y el imperialismo, confirmando que la defensa de la soberanía nacional de Venezuela y del derecho de su pueblo de darse la forma de gobierno que desee, debe ser preservada”.
Como gobierno bolivariano, el obradorismo no sería un intermediario imparcial, sino claramente inclinado a favor de Maduro. Y, de hecho, la Doctrina Estrada —el pretexto a modo— quedó violentada al aceptar que desde territorio mexicano el depuesto presidente Evo Morales de Bolivia, en calidad de exiliado, hiciera activismo político contra el gobierno que lo sustituyó. Queda desde luego la incógnita de qué ocurrirá en Venezuela, donde la oposición tiene la legalidad y la legitimidad de su lado, pero Maduro tiene el poder y la fuerza bruta, quizá todavía suficientes para negar las primeras. ¿Caerá Maduro de una u otra forma, quedando México nuevamente en evidencia frente al mundo democrático?
Analista. @JACrespo1