A raíz de los resultados del 5 de junio, son muchos los observadores que dan prácticamente como un hecho que en 2024 será Morena quien vuelva a ganar la elección presidencial. Pero creo que no todo está escrito, pues si bien ese es el escenario más probable, hay otros. En primer lugar, cabe la pregunta de por qué desde 2018 la mayoría de los estados vota por Morena; se habla de los programas sociales, que pueden traducirse en un voto de agradecimiento (pues tales programas se han personalizado en la figura del presidente). Pero también cuenta que los servidores de la nación, órgano de gobierno, intimidan a los beneficiarios de tales programas con que, si pierde Morena, perderán esos beneficios (lo cual es un delito electoral). También, la imagen esperanzadora y empática de López Obrador con muchos sectores sociales, le gana simpatías, confianza y por ende votos.
También puede contar, y mucho, el hecho de que en esos estados se está reproduciendo el fenómeno que se vivió a nivel nacional en 2018; hartazgo de los ciudadanos con los partidos tradicionales, que no han tenido un gran desempeño y sí bastante corrupción. Los electores en cada estado quieren experimentar en cabeza propia lo que eso representa. Muchos ciudadanos caen en la ilusión de que un nuevo partido, con nombre, siglas y colores distintos, en realidad es una novedad surgida de quién sabe dónde, y que representará en efecto un tipo de gobierno distinto, mejor, comprometido y honesto. No le dan mucha importancia —o no se enteran— de que la gran mayoría de miembros de ese partido viene de los partidos tradicionales, y que participaron de lo que hoy se condena. Ni que los candidatos que se les presentan bajo el sello de la transformación recién salieron del PRI, el PVEM o el PRD. Por tanto, piensan estar votando por lo nuevo, por lo esperanzador (“somos los mismos, pero no somos iguales” dice AMLO).
A todo ello hay que agregar que en los estados gobernados por el PRI los gobernadores tienden a pactar con AMLO seguramente a cambio de impunidad (como con Peña Nieto), cuando no con un cargo. Por otra parte, se tiende a pensar que como Morena llegará con 22 a 24 estados, esa será la palanca de un seguro triunfo. Desde luego no estorba, pues hemos visto que ese partido está dispuesto a repetir buena parte de las viejas prácticas priistas y pasar por encima de la ley electoral (lo cual no tendrá consecuencias graves para los infractores, pues a la cabeza de la Fiscalía Electoral está un morenista). Sin embargo, no hay una correlación obligada entre número de estados gobernados y un triunfo presidencial. El PRI contaba con la mayoría de estados en 2000 y perdió la presidencia. Y Morena no gobernaba ningún estado en 2018 pero ganó abrumadoramente. En 2021, Morena ganó 12 de 15 gubernaturas; triunfo espectacular. Pero en elección la federal para diputados captó el 48% del voto efectivo, en tanto la oposición ganó el 52% restante. La lógica estatal no empata con la federal.
Así pues, la variable clave para un triunfo opositor será que se presente bajo una sola candidatura (con el mejor candidato posible, desde luego), si bien acompañada de un nuevo programa más o menos convincente. Yo calculo que el candidato de Morena (quien sea), por distintas razones no obtendrá la mayoría absoluta de votos, por lo cual los restantes podrían aglutinarse en el que esté enfrente por parte de la oposición (aunque no necesariamente). Una segunda vuelta, para efectos prácticos. Bajo esas condiciones (difíciles de generar, sin duda), no puede descartarse una eventual derrota de Morena. Recordemos que, si bien ese partido pretende ser hegemónico, no lo ha logrado. Desde luego, AMLO hará todo lo posible para que su partido gane legal o ilegalmente; todo lo posible (bajo el nuevo lema de “No me vengan con que la ley es la ley”).