En memoria de Jorge Chabat; excelente académico, gran hombre, entrañable amigo.
El proyecto de seguridad de López Obrador fue anunciado por él mismo desde tiempo atrás, antes de llegar a la Presidencia. No debe por tanto generar sorpresa el que haya aplicado las medidas anunciadas. El problema es que, desde entonces, varios expertos advertían que no estaban basadas en la realidad, por lo cual se veían como altamente probable sus límites, o incluso su esencial fracaso. Es cierto que AMLO recibió un elevado nivel de violencia, pero él lo sabía, y prometió resolver el problema de manera significativa y en poco tiempo. Probablemente creía en sus propias y fantasiosas medidas. Ahora que las cosas no funcionan como él pensaba, culpa de manera burda al pasado, y en particular a Felipe Calderón. La estrategia de Calderón fue cuestionada desde el principio por múltiples comentaristas y medios —a diferencia de lo que AMLO sostiene—, por su improvisación y falta de planeación. AMLO también lo criticó duramente, y ofrecía su propia estrategia como la solución.
Desde siempre responsabilizó de la narcoviolencia al neoliberalismo: “Por culpa de la actual política económica, es decir, por el abandono de las actividades productivas y del campo, la falta de empleos y la desatención a los jóvenes, se desataron la inseguridad y la violencia que han causado miles de muertes en nuestro país” (2016). Y también decía: “No es posible seguir con la misma estrategia fallida del uso de la fuerza para resolver problemas resultado del abandono al campo, la falta de trabajo, el abandono a los jóvenes que se les canceló el futuro y no tienen oportunidades de estudio ni de trabajo”. (2017) Sigue siendo su discurso.
Ante ello, ofreció becas y trabajo a los jóvenes, a partir de lo cual estos dejarían de ser reclutados por los cárteles, lo que a su vez provocaría su quiebra por falta de personal. Además, financiaría a los campesinos que cultivaban mariguana y amapola para que plantaran a precios competitivos maíz y frijol. Eso no ha ocurrido, pero tampoco sonaba como una medida eficaz. Otra medida sería seleccionar funcionarios moralmente impecables: “Propuse serenar al país con servidores públicos honestos e incorruptibles en la Procuraduría, en la Secretaría de Seguridad Pública y en las corporaciones policiacas, en donde se tendría que trabajar con eficacia, inteligencia y perseverancia”. (2012) Vaya ilusionismo.
También anunció que crearía una Guardia Nacional de carácter civil, para enfrentar al crimen organizado. Lo cumplió, pero en realidad la Guardia Nacional está enfocada a muchas otras tareas, como frenar la migración centroamericana, pero no a combatir el crimen organizado. Igualmente, incluyó el siempre presente componente moral en la sociedad, no sólo en los funcionarios: “La inseguridad y la violencia sólo pueden ser vencidas con cambios efectivos en lo social, y con la influencia moral que se pueda ejercer sobre la sociedad en su conjunto”. (2012). En un mitin agregó: “Hay que llamar a todo el pueblo de México a que no haya enfrentamientos entre hermanos” (2017).
Yo pensaba que las cosas no saldrían como se pretendía y en un libro en 2017, escribí: “Una cosa es considerar que la estrategia de Calderón y esencialmente continuada por Peña Nieto no son las correctas, y otra distinta creer que la violencia puede eliminarse a partir de convocatorias morales y renunciando al uso de la fuerza por parte del Estado. Suena poco realista… (Y aun suponiendo que tales medidas fueran correctas) ¿cuánto tiempo habría de pasar para que la mejoría en esas condiciones se tradujera en el retorno a la seguridad y la tranquilidad, en del desplome de los cárteles del crimen o en la conversión moral de capos y sicarios? Seguramente esos resultados, casi milagrosos, no se dejarían sentir de inmediato” (2018: ¿AMLO presidente?). Era a todas luces una estrategia utópica… y lo sigue siendo. La realidad se va imponiendo a la fantasía.