López Obrador siempre se ha presentado a sí mismo como un político totalmente diferente a los demás, con valores, con compromiso social y patriótico, y cuyas plumas no se manchan al cruzar el pantano, virtudes que escasean en el ambiente político mexicano. De ahí que lo que más le “caliente” sea que lo comparen con otros políticos en lo que sea, o con otros presidentes que están en el basurero de la historia, en tanto que él labra su lugar en el santoral histórico junto a Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas. Y desde luego, AMLO ha pretendido infundir esa misma imagen de pureza a su partido. Desde su fundación misma, dijo que Morena sería “un referente moral”, o no tendría caso fundarlo.
Morena reclutó políticos de todos los partidos y corrientes al margen de su pasado político (o de los bienes acumulados cuando eran servidores públicos), lo cual provocó en varios morenistas convencidos (fundadores) una legítima queja, y la alarma de que con ese personal Morena podría caer en los mismos vicios del PRIANRD. A lo cual AMLO respondió: “Mucha gente ve que Morena ha crecido tanto que voltean a ver al partido como una idea de los puestos y los cargos, y lo que nosotros queremos no es eso… sino que realmente quieran servir a transformar el país” (EL UNIVERSAL, 2/IV/17). Y aseguró que los recién llegados no tendrían por lo pronto cargos políticos o candidaturas, lo cual no se cumplió pues la mayoría de ellos adquirió algún hueso.
AMLO ha vuelto a repetir ese discurso moral y patriótico recientemente; debe prevalecer en el partido una vocación de servicio y no de ambiciones. Es una narrativa que, como en muchos otros temas, va por un rumbo distinto a la realidad. Los políticos en general (de cualquier partido) no sólo tienen “patrióticos propósitos” y “deseo de servir al país”, sino también ambiciones personales y de grupo.
Y desde luego, mucho de eso es parte de la pugna que ya inició rumbo al 2024. Tres figuras se perciben como aspirantes; Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal y Claudia Sheinbaum. Por supuesto, algunos de ellos podrían quedar sembrados en el camino, en tanto que quizá surgirán nuevos prospectos que ahora no se ven en el radar.
Pero también se refleja esa ambición de poder frente a la oposición o instituciones autónomas, que lleva a Morena a intentar (a veces con éxito) ocupar o prolongar espacios de poder, ignorando o cambiando la ley a modo; Baja California, Veracruz, Quintana Roo, y la Mesa directiva en la Cámara Baja. Y cuando no sale bien (o se detecta que el costo político será mayor al beneficio), se repliegan o deslindan presumiendo una inamovible vocación democrática. ¿Cambio de régimen? Quizá pero, ¿a cuál régimen?
Todo lo cual refleja que no, que Morena no es un partido tan distinto ni excepcional, cuyos miembros hacen a un lado sus ambiciones personales en aras de la unidad del proyecto y el bienestar del país. Y de ahí que muchos catastrofistas piensen que, dada la heterogeneidad del partido y su debilidad de reglas, al menguar la figura de AMLO habrá una fuerte confrontación interna. Y es que el partido fue hecho por y para el caudillo, no a la inversa.
De ahí su amenaza de abandonar el partido, ante lo cual Yeidkol Polevnsky adelantó que ella iría detrás de AMLO… como supongo lo harían Bartlett, Bejarano y todos los demás, como ocurrió al abandonar AMLO el PRD.
Hoy por hoy, el partido por sí mismo no vale nada; Morena es AMLO. Un nuevo partido sería otro espejismo más; nuevas siglas con los mismos actores, jugada muy eficaz política y electoralmente, como se vio el año pasado. Por lo pronto, Morena heredó el tribalismo del PRD, pero aún no forja la férrea disciplina del viejo PRI —su abuelo paterno—.
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1