Hay indicios de que el llamado fenómeno “Chachalaca” podría volverse a repetir en alguna medida de aquí a 2024. Como se recordará, siendo López Obrador jefe del gobierno capitalino se perfiló muy pronto como posible ganador para 2006.
Fox intentó detenerlo con el torpe desafuero (pues al margen de la infracción cometida por AMLO, políticamente eso estaba claramente perdido).
Pero incurrió en varios errores de campaña como no haber asistido al primer debate, pero sobre todo utilizar un discurso estridente, descalificar a todos los empresarios sin excepción de evasores de impuestos y confrontar directamente al presidente (¡Cállate chachalaca!).
Desde el inicio del proceso me pareció que eso lo iba a afectar, y así lo comenté con algunos de sus allegados (pese a que no voté por él, sino por Patricia Mercado).
Les dije que por ese camino AMLO perdería a los votantes moderados, que son determinantes. Me respondieron que eso sería sólo al principio para afianzar a su voto duro, y más adelante moderaría su discurso.
Pero no ocurrió así, y en efecto empezó a perder votantes de manera constante (la mayoría de los cuales se pasaron a favor de Calderón). Y así se llegó al final en empate técnico, por lo cual cualquiera de los dos punteros podría ganar, pero sin duda sería por estrecha ventaja.
De ahí su necesidad de acusar un fraude de 10 puntos (con un punto que hubiera demostrado hubiera bastado). Después, con su litigio poselectoral (y autonombramiento como presidente legítimo) perdió incluso a muchos de quienes por él habían votado (les comenté a José Agustín Ortiz Pinchetti y a Manuel Camacho que con tales ocurrencias perdería también la elección de 2012, y ellos dijeron estar de acuerdo pero que AMLO oía sólo a los radicales). Y así sucedió.
Por eso mismo, en 2018 mucha gente pensaba que AMLO tampoco ganaría, que se tropezaría con su propio radicalismo y estridencia, como en 2006. Pero las condiciones habían cambiado mucho; ahora por el hartazgo hacia el PAN y hacia el PRI, AMLO estaba blindado de sus propios excesos.
Lo que consideraban como su techo electoral (35 % hasta 2017), en realidad era su piso. Ese blindaje lo ha mantenido esencialmente hasta ahora, si bien muchos de sus seguidores y votantes sí se han apartado al constatar que no era lo que ellos pensaban (cada vez más).
Al atacar sin parar a sectores que lo respaldaron en su momento (clases medias, médicos, feministas, víctimas de la violencia, académicos y científicos, etc), muchos de ellos se le han distanciado.
Una señal clara de eso fue la votación capitalina en 2021, y otra el éxito de la marcha por el INE. Con su violenta reacción, AMLO le dio promoción, y quizá motivó a marchar a varios ciudadanos al tildarlos de corruptazos, cínicos, hipócritas y toda su retahíla cotidiana de insultos.
Tan es así que AMLO se vio compelido a demostrar también en las calles que la gran mayoría sigue estando con él. Y desde luego convocó a muchísima gente, pero buena parte de ella con una 'pequeña ayuda de sus amigos' (secretarios, gobernadores, alcaldes, funcionarios, empresarios), y algo de cash.
Y debe recordarse que ni la popularidad ni las plazas llenas se traducen en automático en votos. En la contienda federal de 2021 Morena obtuvo, no el 65% de votos del padrón como indicaría su popularidad, sino sólo el 18%, y con sus aliados, el 23%.
Así pues, al respaldo genuino de sus ‘leales ciegos’ (como él los desea, según dijo), los más moderados y menos incondicionales podrían abandonarlo en grado suficiente como para poner en riesgo el triunfo de Morena en 2024.
AMLO se ha radicalizado en decisiones y discurso, y lo hará aún más en lo que falta para la elección presidencial. Pero quizás eso podría más bien retirarle apoyos a su partido.
Desde luego Morena podría aún triunfar si la oposición no logra forjar un frente único. Y es que la ‘marcha del Ego’ también nos confirma que AMLO hará lo que pueda (por las buenas o las malas), para garantizar el triunfo de su partido.