15 millones de votos no son pocos. Y tiendo a creer que en efecto son un piso más que un techo. Algo que cabe destacar es que la popularidad de los presidentes en las encuestas es bastante ilusoria, un espejismo, si bien sirve para que los fanáticos la presuman constantemente. Y es ilusoria porque no se traduce (o no toda) en lo verdaderamente importante: los votos. El año pasado, en la elección intermedia de diputados, AMLO tenía 65% de popularidad, pero su partido sólo obtuvo 18% del voto ciudadano; 47 puntos porcentuales menos que su respaldo en encuestas. De hecho, el bloque oficialista obtuvo 48% del voto efectivo en tanto que el resto de partidos opositores captó 52%. Si eso se tradujo en un 55% para el bloque oficial es por la caduca cláusula de sobrerrepresentación que aún subsiste en la ley electoral (y que ya habría que eliminar). Si del 65% de popularidad de AMLO, un 50% hubiera votado por Morena, su bloque tendría hoy mayoría calificada y la reforma constitucional eléctrica de AMLO hubiera sido aprobada. Tampoco podrá pasar otras que le interesan, como la electoral. Triunfó en 2021 el movimiento del “voto útil” para votar, no por el PRI o el PAN, sino para meter un freno a AMLO y su partido. Funcionó y el bloque oficial se alejó mucho de la mayoría calificada. ¿De qué sirve una popularidad que no se traduce en votos?
Hacia 2024, hay que tomar en cuenta muchas variables para evaluar los votos potenciales de Morena. Lo primero es que —presumiblemente— López Obrador ya no será candidato. La pregunta obligada es ¿son sus votos transferibles a quien vaya a ser candidato de ese partido? Muchos seguramente, pero quizá no todos. Después, ¿cuántos de esos 15 millones fueron de votantes espontáneos y convencidos? Los demás son acarreados, comprados, presionados, clientelares, que podrían ser movilizados también en 2024, pero no necesariamente todos (El Financiero señaló que 58% de votantes por AMLO son beneficiarios de los programas sociales). Desde luego no se puede tomar en serio eso de que como era un tercio de casillas, habría que multiplicar los 15 millones por tres. La principal razón del abstencionismo no fue, ni de lejos, el menor número de casillas instaladas. Alguna parte seguramente que sí, pero no mucha.
Los obradoristas manejaron por mucho tiempo los famosos 30 millones de votos que obtuvo AMLO en 2018, incluso para justificar cualquier acción o decisión del presidente (por mala que fuera). Pero debe también ahí considerarse que buena parte de ese voto fue de castigo al PRI y PAN, más que de convencimiento por AMLO y su proyecto. Muchos de esos votantes (incluyendo un gran número de periodistas, conductores y opinadores) se han ido alejando de AMLO e incluso ya aparecen en su lista de traidores. Con muchos de ellos Morena probablemente ya no contará en 2024. Pero también en 2018 se dio el fenómeno del voto útil o voto dividido, de simpatizantes o militantes de otros partidos que votaron por el suyo en el Congreso, pero no para la Presidencia, por considerar que su candidato no les satisfacía o no tenía posibilidades de ganar. Ese voto diferenciado fue del 15%; 10% para López Obrador y 5% para el Bronco (que como independiente, no tenía partido). ¿De dónde provinieron esos votos diferenciados? Fueron tres millones provenientes del PRD y MC que, por obvias razones, podrían identificarse más con AMLO que con Ricardo Anaya. Y de la coalición PRI-Panal y PVEM fueron poco más de cuatro millones. Se puede entender también que muchos militantes de esos partidos no vieran con buenos ojos a un candidato no priista, que además ocupaba el tercer lugar. Pero eso no necesariamente ocurrirá de nuevo en 2024. El triunfo de Morena dependerá de quienes sean los candidatos (o el candidato único) de la oposición.