Ahora que se busca revindicar a los pueblos originarios y condenar al racismo y el clasismo heredados de la conquista europea y el Virreinato, cabe reflexionar lo siguiente: en la visión binaria de la historia oficial -retomada por Amlo con fines de manipulación política-, los liberales son progresistas, incluyentes, abiertos a todos los sectores, en tanto que los conservadores son justo lo contrario; racistas y clasistas. Pero la verdad es que los liberales del S. XIX tampoco eran del todo avanzados en estos temas. Eran menos conservadores que los conservadores, pero a los ojos actuales serían muy conservadores. Así por ejemplo Guillermo Prieto pensaba que los negros “ruborizan por su fealdad, al cerdo, a la tortuga y al burro”, que aprendieron a robar y “desconocen el amor a la familia”. Y cuando la inmigración masiva de chinos empezó a darse en 1870, algunos la vieron con buenos ojos porque se trataba de hombres “sumisos y tranquilos”, y además “por tres o cuatro pesos al mes trabaja el chino en la construcción de cualquier camino o edificio”. Pero otros veían a la inmigración china como un auténtico peligro (como los supremacistas de EEUU a los mexicanos actuales). El diputado Jesús Castañeda escribía en el rotativo liberal, El Siglo XIX: “El pueblo chino es el más antiguo del mundo y a su vez el menos civilizado... sus alimentos favoritos son el té, el arroz, las ratas y muchas especies de reptiles (pudo haber agregado los murciélagos)… emplean la agudeza de su ingenio en inventar los medios más hábiles para adquirir la propiedad ajena”. Y otro periódico, El Economista Mexicano, editorializaba: “Si se añade lo antipático y repulsivo que en su totalidad es este mongol, ética y estéticamente considerado en su físico, en su moral, sus hábitos y su monstruosa lengua, verdadera matraca de monosílabos, se comprende... la animadversión general e instintiva en contra suya”.

Con los europeos (fifís) la cosa era distinta. El Siglo XIX escribía que “Sin inmigración (europea) está perdida la esperanza de salvación para la República mexicana”, y consideraba esta medida como fundamental para contener “los excesos” de los indios. Enormes cantidades de terreno se malbarataron o regalaron para favorecer la política de “europeización” del país en lógico detrimento de la población nativa. Pese a lo cual, EL UNIVERSAL se pronunció en contra de la política de inmigración extranjera, pues podría reproducir el desastre de Texas, amén de convertir a los mexicanos en extranjeros en su propia patria. Por su parte, el liberal José María Mora, escandalizado por la crueldad de la guerra de castas en Yucatán, había recomendado a Mariano Otero, ministro de Relaciones Exteriores, que contratara mercenarios norteamericanos para evitar la extinción de la raza blanca, además de “echar fuera de la península a todos los elementos de color, multiplicar en ella a los de la raza blanca (y) tener el más grande cuidado de que los de esta raza en la línea divisoria sean exclusivamente españoles”. Igual o peor a Lucas Alamán.

Cuando Juárez fue electo gobernador de Oaxaca, muchos indígenas bajaron de la sierra a darle sus parabienes y solicitar su ayuda: “Usted sabe lo que nos falta y nos lo dará -dijo el jefe de la delegación indígena- porque es usted bueno y no olvidará que es uno de nosotros”. Don Benito en su primer discurso se declaró “Hijo del pueblo, yo no lo olvidaré”. Pero en los hechos don Benito no mostró demasiada preocupación por los indígenas. Por ejemplo, en 1868, cuatrocientos indios yaquis y mayos se levantaron para defender sus tierras; fueron encerrados por el Ejército en la parroquia local, la cual fue bombardeada, y sus efímeros moradores, calcinados. Finalizada la matanza, el Benemérito mostró suma preocupación... por el pago al comandante de las fuerzas oficiales.

Siendo esta la visión liberal sobre los indígenas, no sorprende que los pueblos originarios vieran en Maximiliano un patriarca bonachón, una esperanza de salvación, y se adhirieran gustosos al II Imperio. Incluso, muchos veneraban cotidianamente al emperador prendiendo veladoras ante su efigie. Es importante desmitificar la historia, pero políticamente conviene más preservar la historia maniquea para propósitos de manipulación de masas, algo en lo que el gobierno actual ha resultado ser muy eficaz.

Profesor afiliado del CIDE
@JACrespo1

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