Por el título del artículo se podría pensar que hablaré de López Obrador en primerísimo lugar, y de personajes luminosos como Manuel Bartlett, Mario Delgado, Pío López, Delfina Gómez o Félix Salgado Macedonio. Pero no, porque no es el actual gobierno el que representa la verdadera Cuarta Transformación política, sino que esta inició en los 90 y continuó durante las últimas tres décadas; se pasó de un presidencialismo imperial a otro acotado; de uno de partido hegemónico a otro plural y competitivo; de un poder heredado por dedazo a otro emanado de la ciudadanía con posibilidad real de alternancia; de elecciones de Estado manejadas por el gobierno a otras organizadas por una institución autónoma; de poderes subordinados al Ejecutivo a un relativo equilibrio entre ellos.
Por tanto los héroes de esa etapa son quienes jugaron de alguna manera un papel protagónico en este cambio real (aunque incompleto), o influyeron en generarlo; no son “héroes” en el sentido de la historia oficial; personajes de bronce, inmaculados, ubicados más allá del bien y el mal, sin defecto alguno. No, son hombres de carne y hueso con algunas virtudes y con muchos defectos. Incluso cometieron errores o incurrieron en acciones no tan democráticas; pero jugaron un papel relevante en el cambio de régimen político.
Empezaría yo con Cuauhtémoc Cárdenas (y los miembros de la Corriente Democrática), Manuel Clouthier, Rosario Ibarra y Heberto Castillo (quien cedió su candidatura a Cárdenas). La apertura a la que dio paso Carlos Salinas después de eso fue limitada y selectiva. Pero aceptó ciertos cambios por la poca legitimidad con la que llegó, y que debía compensarse con una cierta apertura. Otro actor, que yo considero central (y probablemente el más determinante) fue Ernesto Zedillo. Los acontecimientos de 1994 le hicieron ver que no había ya más opción que una apertura real, no sólo retórica o simbólica.
Decidió dar un paso cualitativo con la reforma de 1996, aceptando los resultados electorales sin importar a qué partido beneficiaran. En 1997 el PRI perdió la capital y la mayoría absoluta en la Cámara Baja; ya no se podía hablar de un partido hegemónico. Y justo por eso se dio paso a la alternancia de 2000, pues si bien muchos dudaban que Zedillo reconocería una derrota del PRI, había varios indicios de que lo haría para evitar una nueva crisis política y económica. Ese es su legado más importante.
Desde luego Vicente Fox jugó también un papel, pero más como beneficiario que como actor directo. Ya en el poder, no hizo lo que pudo a favor de una mejor democracia (vgr, llamar a cuentas a los corruptos del pasado inmediato) e incurrió en varios de los vicios que criticó en el PRI. Pero al menos la nueva democracia no se vino abajo. El 2006 fue un tropiezo sin duda, pero más por falta de certeza que por el magno fraude que denunció AMLO sin pruebas suficientes (cajas vacías). Y eso dio pie a una nueva reforma más equitativa (a exigencia del PRD).
Al llegar Peña Nieto al poder en 2012, muchos temieron que habría una “restauración autoritaria”. Pero el PRI no tenía el poder ni la legitimidad suficientes para conseguirlo. En cambio, al aproximarse 2018 percibí (como otros) que ahí sí habría un riesgo a la democracia, tanto por las tendencias autocráticas del seguro ganador como porque llegaría con gran legitimidad y poder. La pérdida de legitimidad del PRI lo orilló a abrir el sistema; en cambio, la gran legitimidad de AMLO lo facultó para intentar un retorno al pasado antidemocrático. El proyecto obradorista, en realidad, busca regresarnos de la Cuarta Transformación a la Tercera. Ejemplo, la última reforma electoral hecha desde arriba, sin consulta a la oposición, benéfica al partido oficial y sin el consenso de los partidos fue en 1987. Hace más de treinta años. Y así es la reforma actual. Un claro retorno al pasado. El 26 de febrero en varias ciudades se defenderá la verdadera Cuarta Transformación política.
Analista político. @JACrespo1